La ola comienza FRANCESC DE CARRERAS
Hace aproximadamente un año y medio escribí en estas mismas páginas un artículo que llevaba por título Nervios en Convergència. Era el momento en el que Maragall, desde su exilio romano, parecía dispuesto a encabezar la candidatura socialista a las elecciones autonómicas. Los meses han ido pasando y nos encontramos ya a pocas semanas de estas elecciones. Maragall, en efecto, es ya candidato, los nervios convergentes han ido aumentando y la defección de los hasta ahora suyos en las recientes municipales barcelonesas ha supuesto un choque traumático e inesperado. Convergència -Pujol, su Gobierno y el resto del partido- no sólo está más nerviosa que nunca, sino que, además, se encuentra atenazada por el vértigo que le produce ver en el espejo su propia realidad. El espejo de su propia realidad comienzan a ser los periódicos. Tomemos sólo una pequeña muestra de la última semana. Según un estudio del BBV, la Generalitat es, con gran diferencia, el gobierno de comunidad autónoma que peor controla su deuda pública. Las desviaciones de Cataluña respecto al grado de cumplimiento (600.000 millones de pesetas) representan bastante más que el resto de comunidades autónomas juntas. Este peculiar hecho diferencial se ve agravado porque también encabeza Cataluña la lista de la deuda a corto plazo (menos de un año), la cual representa el 21,9% del gasto total. Este grave endeudamiento, que compromete seriamente el futuro, es una muestra de la mala gestión generalizada que lleva a cabo el Gobierno de Pujol. Pero también se han conocido esta semana noticias menores aunque significativas. Por ejemplo, las denuncias de corrupción de Turismo de Cataluña, dependiente de la Generalitat, por sus actividades en Moscú, Kiev y Riga; o bien las irregularidades en la deficitaria gestión de la Maison de la Catalogne, de París. O la muestra de ineficacia que supone que las transcripciones de las sentencias de la Audiencia de Barcelona han pasado de tardar 3 días a 15 desde que tal servicio ha pasado a ser competencia de la Generalitat. Graves problemas, significativos detalles menores: todos, sin embargo, negativos. Pero, más allá de la gestión, en el equipo de Gobierno y en el partido sólo cuenta la voluntad de Pujol, que pretende hacer de árbitro de dos corrientes: los que creen que el descenso electoral se ha producido por la radicalidad nacionalista y los que, por el contrario, creen que ha sido por el pacto con el PP. Un Pujol inquieto ha enviado esta semana un documento a los dirigentes y cuadros del partido en el que les conmina a "recuperar la ilusión y la ambición", lo cual quiere decir que ambas, por el momento, se han perdido; aunque, a continuación, vuelve al discurso victimista del pasado: la campaña debe centrarse en reclamar una nueva financiación y un incremento de las competencias. Discurso victimista que parece acabado. Quizá hay que hacer ambas cosas pero, en todo caso, no son hoy las urgentes ni las importantes. Lo urgente e importante es transformar y modernizar Cataluña: ello puede hacerse con el mismo presupuesto bien administrado y con las mismas competencias, pero gestionadas con imaginación y talento. Lo han demostrado los ayuntamientos, con Barcelona al frente. Y esta realidad comienza a hacerse visible. Prestigiosos columnistas empiezan a adoptar un tono nuevo al referirse a Pujol y al Gobierno de la Generalitat. Antes, a veces, disparaban, pero no contra Pujol, no contra el pianista, con el tono que lo hacen ahora. Se ha levantado la veda. Gregorio Morán, por ejemplo, desde La Vanguardia, después de decir, como aperitivo, que Pere Esteve tiene aspecto de "gerente de una empresa funeraria", trata a Pujol con total desenfado, como si estuviéramos en un país normal y no en la controlada Cataluña de todos estos años: "Primero está él. No su partido, ni su holgada y onerosa familia, ni los amigos que no tiene pero cree tener. Él ante un adversario como Maragall". Incluso un nacionalista tan ligado a Pujol como es Miquel Sellarès, después de decir -por dos veces- que Convergència había sido "un gran fracaso humano", se atreve a decir que "se trata de extirpar aquellos sectores burocratizados que únicamente son capaces de motivarse por el sillón o el coche oficial (...); hay que acabar con cualquier indicio de corrupción". Están más que nerviosos, también, porque el ambiente ha cambiado, porque el reverencial respeto comienza a perderse, y porque "la ilusión y la ambición" que ellos ya no tienen está en el otro lado, en los socialistas, pero también más allá: en un oscilante votante medio o en la hasta ahora siempre fiel Esquerra Republicana, que parece dar muestras de abandonar el barco. Una ola ha empezado, una ola de ilusión y ambición. No sabemos a qué altura llegará ni si será capaz de arrollar lo que encuentre a su paso. Pero ahora sólo depende de cómo se juegue: de las propuestas que haga Maragall, de que éstas se entiendan, de la conexión con los suyos primero y, más allá, con el resto de ciudadanos. En todo caso, por primera vez, CiU, aquel potente crucero conducido por un seguro capitán, ni es tan potente ni su capitán está seguro; al contrario, está seriamente tocado, aunque no hundido.
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