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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El estilo de Barak

No hay cosa más fácil que diferenciarse del anterior primer ministro de Israel, el derechista Benjamín Netanyahu. Basta con renunciar a la agresividad, asumir que siempre es posible un nuevo comienzo y que la paz con el pueblo palestino es cosa de dos. Eso es lo que hizo ayer, en su discurso de toma de posesión, el nuevo jefe de Gobierno, Ehud Barak, al prometer que va a acabar con esta guerra de los cien años en que amenaza convertirse el contencioso árabe-israelí. En un tono vagamente reminiscente del que empleó el líder palestino, Yasir Arafat, en su alocución ante la Asamblea General de la ONU en 1974, cuando ofreció la rama del olivo de la paz con una mano, mientras guardaba la otra próxima a la pistolera -vacía- que lucía al cinto, el ex general israelí ha "tendido la mano" a las partes: Autoridad Palestina, Siria, Líbano, Jordania, Egipto. Les ofrece una "paz de los valientes", referencia que significativamente dio lugar al reconocimiento francés de la independencia de Argelia.

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El Gobierno que deberá llevar adelante tan ambiciosa jaculatoria -hoy más que programa- es un arco iris de partidos que van desde la izquierda antiexpansionista del Meretz hasta el partido religioso de la Torah Unida, hasta ahora muy a favor de la colonización, o el Shas, ortodoxo también, pero mucho más interesado en subsidios para la enseñanza talmúdica que en permanecer en Cisjordania. Y el reparto necesario para contentar a todos los miembros de la coalición ha dejado poco espacio para los notables de su propio partido, el Laborista, hoy rebautizado como Un Solo Israel. Shlomo Ben Amí, estrella ascendente de la política israelí, se ha de contentar con el Ministerio de Seguridad Interior; Yosef Beilin, el arquitecto de los acuerdos de Oslo, ha de resignarse con Justicia, cuando ambos miraban hacia la cartera de Exteriores, y el gran tribuno del laborismo modelo antiguo régimen, Simón Peres, iría a Cooperación Regional en el caso de que aceptara el puesto.

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Una gran novedad en el nuevo Ejecutivo es la masiva presencia en su seno de sefardíes, de los que el laborismo se había distanciado en el pasado. Barak, por su parte, se reserva Defensa, el gran vivero de jefes de Gobierno en el país, y virtualmente hace lo propio con Exteriores al designar para esta cartera al sefardí David Levy, puesto que cabe poca duda de que las relaciones con Estados Unidos, que son el núcleo duro de la presencia de Israel en el mundo, se las reserva para sí mismo.

Como es costumbre en estos casos, las palabras de Barak han sido más notables por la música que por la letra, pero no ha dejado por ello de dar dos buenas noticias para la paz: no intentará aislar a los palestinos buscando una negociación bilateral con Siria, el presunto error que cometió Peres en 1996, sino que tratará de avanzar por las dos vías al mismo tiempo, la palestina y la sirio-libanesa. Y, sobre todo, congela los asentamientos judíos en los territorios ocupados hasta tanto se defina el estatuto final de los mismos en un arreglo general de paz.

Barak suena bien, en lo que puede ser una base para hablar en serio con la parte palestina, y olvidar a marchas forzadas la pesadilla de Netanyahu; el que en vez de paz quería sólo rendición no ya del interlocutor, sino del vencido.

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