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EL CAMINO HACIA LA PAZ

Una Legión de recuerdos en Kosovo

La añoranza de la familia y las comparaciones con Bosnia Marcan la vida de los soldaos españoles

Miguel González

ENVIADO ESPECIALElías Corral Saez, madrileño de 28 años, fue padre por vez primera el pasado jueves. Ayer, aún no había podido hablar con su mujer ni ver a su hijo, ya que ellos están en el hospital de Villajoyosa (Alicante) y él en el destacamento de Rakos, en el límite de la zona de responsabilidad de la brigada italo-española. La noticia la recibió al regresar de una patrulla que duró toda la noche y llegó, como no podía ser de otra manera en el Ejército, a través de la cadena de mando: su jefe en España se lo comunicó a su jefe en Kosovo. Las noticias son tranquilizadoras: el parto se desarrolló sin problemas y tanto Begoña como Adrián se encuentran perfectamente.

En el cuartel de Rakos, ubicado en una antigua escuela, no hay teléfono. Para llamar hay que desplazarse a la plana mayor de la Legión, en Istok, a unos 10 kilómetros, y aunque sus compañeros le han cedido el turno, dadas las circunstancias, las comunicaciones a través del satélite Hispasat no son fáciles y sus dos primeros intentos se han saldado sin éxito.

Corral, legionario de primera y conductor de BMR (Blindado Medio sobre Ruedas), adscrito al pelotón de misiles contracarro Milán, se enteró de que debía marcharse a Kosovo cinco días antes de que zarpara el barco desde el puerto de Almería. A él no le correspondía venir, ya que no pertenece a la séptima bandera de la Legión, que ha sido la designada, sino a la octava, pero a última hora lo reclamaron porque había plazas vacantes. "La verdad es que me alegré, porque la máxima ilusión de cualquier miembro de la Legión es participar en una misión como ésta", reconoce.

Claro que había un inconveniente: su mujer salía de cuentas el día 27, justo cuando él desembarcaba en el puerto griego de Tesalónica. Podía haber solicitado quedarse en España, pero no lo hizo, explica, "porque ésta es mi profesión". Aún no sabe cuándo podrá reunirse con su mujer y su hijo. La misión es para seis meses y el permiso, de 15 días, se toma hacia la mitad del periodo. Aunque en un caso como el suyo podría hacerse una excepción: "Yo no voy a pedir nada, cuando me toque me ha tocado, no reclamo privilegios. Ahora, si me lo dieran, sería una gran alegría", agrega.

La lejanía de la familia es lo que peor llevan los militares. Mucho peor que la falta de comida caliente, electricidad o agua durante los primeros días. O el retraso en la llegada de las letrinas, que obliga a salir al campo, con el arma reglamentaria a cuestas, para satisfacer las necesidades más perentorias. En cambio, la distancia es más dura.

"Nunca me acuerdo del cumpleaños de mi padre y justo hoy que no puedo llamarlo daría cualquier cosa por poder felicitarle", se lamenta el alférez Matías Gutiérrez Paris, de 33 años, natural de Almería. Ni siquiera existe la posibilidad de enviar cartas, ya que aún no ha entrado en funcionamiento el puente aéreo que debe servir de correo con España. La inquietud se acentúa por las noticias, a su juicio exageradas, que ofrecen los medios de comunicación sobre la situación en la zona. "El problema es que por mucho que nosotros intentemos tranquilizar a nuestras familias y decirles que aquí no pasa nada no se lo creen. Piensan que lo decimos para no preocuparlos", afirma el cabo Jorge Capellán, un vallisoletano de 22 años.

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Más tranquila se muestra Raquel Moreno González, un granadina menuda, alférez ATS de 25 años, destinada desde hace dos en la Legión. Soltera y "sin ataduras", tampoco ha conseguido hablar todavía con sus padres, porque "falta tiempo libre y sobran colas" en el teléfono. "Mis padres son lo más valiente del mundo y me han animado a que venga. No me puedo quejar de ellos", explica. Se ha acostumbrado a ser la única mujer, o casi (hay 21 entre los más de 1.000 soldados) y ello no le supone ningún problema. "Da igual", asegura, "llamarse Rafael o Rafaela". Ésta no es su primera experiencia en un país devastado por la guerra. El año pasado estuvo en Bosnia-Herzegovina, pero entonces "todo estaba montado y sólo se trataba de mantener la rutina, mientras que aquí hay que partir desde cero" "Lo que más me ha impresionado", reflexiona, "es cómo un país lleno d

e recursos trata de destruir lo poco que le queda". En veteranía le aventaja Juan López Anula, nacido en Bailén hace 38 años, casado y con dos hijos. En el otoño de 1992 llegó a Bosnia-Herzegovina con el primer contingente de la Legión, que inauguró la presencia de tropas españolas en la ex Yugoslavia. "A mí Bosnia me marcó mucho. Me enseñó a ver la vida de otra manera y a valorar lo que tienes", afirma. "Pero esto es distinto".

Las referencias a Bosnia son inevitables. La última llamada que el coronel Vicente Díaz de Villegas, jefe del contingente español en Kosovo, recibió antes de salir de España procedía de Stolac, en la zona serbia de Bosnia. Le llamaba el teniente Vicente Díaz de Villegas, su hijo.

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Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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