_
_
_
_

Una estatua con 40 años de censura

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

La evocación artística de un drama humano no es fácil. Las víctimas o sus familiares consideran a menudo que la película, monumento o libro que evoca lo sucedido no lo hace de manera adecuada; los muertos son héroes y no admiten contradicciones o debilidades. De ahí que películas, monumentos o libros tiendan a la hagiografía, a la estilización académica, a borrar lo concreto y a situarse en una eternidad que casi siempre caduca una vez cortada la cinta de la inauguración. El escultor catalán Apel.les Fenosa (Barcelona, 1899-1988), de quien ahora se cumple el centenario de su nacimiento, supo lo difícil que resulta conciliar arte y homenaje explícito a unos mártires. En 1946, Fenosa, que vivía exiliado en Francia desde 1939, quiso donar una obra a la población de Oradour-sur-Glane en memoria de la tragedia que había protagonizado el pueblecito dos años antes, el 10 de junio de 1944. Ese día, una unidad de la división Das Reich llegó a Oradour. Iba de retirada hacia el nuevo frente que acababa de crear el desembarco aliado en Normandía.

Los soldados alemanes encerraron a 642 habitantes de Oradour -entre ellos, 244 mujeres y 193 niños- dentro de la iglesia y le prendieron fuego. También destruyeron las casas y procuraron acabar con cualquier testigo de su hazaña. Hoy, en 1999, las ruinas de Oradour siguen recibiendo a no menos de 300.000 personas cada año, que puede que hayan perdonado, pero que no quieren olvidar.

Fenosa, un apasionado de la música y la literatura, desarrolló una trayectoria creativa muy personal, fuera de las corrientes de la época. Trastornado personal y artísticamente por un drama que le recordaba su salida de España tras la guerra civil y su huida de París tras la invasión alemana, decidió contribuir a mantener viva la memoria de la tragedia con su escultura. Cuando el obispo de Limoges -la principal ciudad vecina- descubrió el monumento puso el grito en el cielo. "Eso es un insulto a los mártires, un ultraje al dolor de los vivos", dijo monseñor Rastouil, al tiempo que se indignaba ante la "estética carnal" surgida del cincel de Fenosa.

El artista resumía lo ocurrido en el grito de dolor de una mujer embarazada. Desnuda. Para el obispo era inimaginable una campesina sin ropa, referirse a la maternidad al tiempo que a la tortura, pensar que el dolor y la muerte no siempre se aceptan con la sonrisa en los labios y la túnica bien planchada. Como la presentan en las estampitas.

Monseñor Rastouil logró que la obra de Fenosa purgase su atrevimiento con una pena de 30 años de almacén. Ahora, al mismo tiempo que se abre el Centre de la Mémoire d"Oradour, obra del arquitecto Yves Devraine, la escultura recupera su lugar, en el centro de un triángulo cuyos tres vértices los ocupan ese flamante Centre, las ruinas intocadas del antiguo Oradour-sur-Glane y el nuevo pueblo, edificado poco después de acabada la guerra.

El próximo día 16, el presidente de Francia, Jacques Chirac, inaugurará el Centre y el nuevo emplazamiento de la escultura. Quienes acudan a Oradour, gente que no ha vivido la guerra, tendrán ahora una triple explicación de lo ocurrido. La iglesia y las casas incendiadas son las pruebas de los hechos, la escultura es su síntesis emocional y el Centre es el espacio de reflexión e información.

Oradour y Francia han tardado mucho en poder enfrentarse con ese pasado respetando la verdad. Entre los soldados de la división SS figuraba un buen número de alsacianos. De franceses, pues, que habían elegido ser alemanes. O de alemanes que no querían ser franceses. Voluntaria o involuntariamente. Cuando, ya entrados los años cincuenta, se perdonó a esos soldados, el Ayuntamiento de Oradour-sur-Glane hizo saber que ninguna autoridad francesa sería bien recibida en la localidad.

La locura criminal tiene una historia. Reconstruirla es saber que el comandante Heinz Barth, ese 10 de junio de 1944, no tuvo un ataque de locura, sino una nueva manifestación de un odio que llevaba incubando desde mucho antes, quizá desde 1933, desde que Hitler había accedido al poder y prometido un Reich de 1.000 años de duración, desde que descubrió en Gernika que matar civiles proporcionaba tantas medallas y honores como luchar en el campo de batalla. Por eso asesinó a la campesina embarazada de Fenosa.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_