Romero
MIGUEL ÁNGEL VILLENA Hace ya una década Ricard Pérez Casado expresó algunas opiniones al dimitir de la alcaldía de Valencia que coinciden curiosamente con las manifestaciones realizadas el pasado lunes por el ex secretario general del PSPV-PSOE Joan Romero en una magnífica y oportuna entrevista. La necesidad de abrir el partido a la sociedad, de renovar y democratizar su funcionamiento interno, de adaptar la socialdemocracia a los cambios sociales, en especial en las grandes ciudades, o de apostar por el federalismo figuran entre los ejes de los dos discursos, separados por 10 años de diferencia. Pero estas filosofías han caído en saco roto en un PSPV que durante los noventa ha experimentado un lento pero seguro descenso en picado, que no se explica sólo por los desastres del PSOE y que ni siquiera se ha visto amortiguado por el descalabro de EU y el consiguiente trasvase de votos. En esta década transcurrida los socialistas han perdido la Generalitat, los ayuntamientos de las tres capitales y el control de las diputaciones hasta cosechar en las últimas elecciones autonómicas y municipales el peor resultado de toda España. Las mayorías absolutas del PP deben mucho, por tanto, a esta profundísima crisis de la izquierda. Pese a todo, Joan Romero, que en un insólito gesto de honestidad regresó a su cátedra tras ser rechazada su propuesta de listas, no ha perdido el optimismo. Buen conocedor de los partidos socialistas europeos, Romero sabe que la renovación llegará antes o después de manos de generaciones más jóvenes y de dirigentes nuevos que defenderán unas políticas más pensando en las aspiraciones de los ciudadanos que en las obsesiones por mantener sillones, prebendas o ideas con olor a alcanfor. Entre tanto, gentes lúcidas como Pérez Casado o Romero, tratan de reconstruir desde la sociedad civil una izquierda maltrecha que no se resigna a ser devorada por una ola de liberalismo salvaje. Pero, de momento, los despachos de burócratas siguen ocupados por personajes como Ciprià Ciscar o Joan Lerma que viven de los cargos públicos desde hace 20 años cobijados en unas oficinas donde cierran las ventanas para impedir que entre aire fresco.
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