Mayorías
JAIME ESQUEMBRE Es verdad que el PP valenciano, con su legítimamente conseguida mayoría absoluta en tantas instituciones públicas, puede causar estragos en materias tan de primer orden como la educación, la sanidad o los servicios sociales. Es verdad, también, que con una oposición dividida y con la casa por barrer los desmanes y hasta la fiscalización de la acción de gobierno pueden pasar desapercibidos, pero no hay que olvidar que el abanderado de la comparsa ha anunciado por activa y por pasiva que éste es su último mandato, consumido el cual, o incluso antes, dirigirá su mirada y sus esfuerzos a la política nacional. Eso, calendario en mano, se producirá un año antes de que expire un hipotético segundo, y también último, mandato de Aznar en la Moncloa, lo que desencadenará las consiguientes intrigas palaciegas por la sucesión. Quiero decir con ello que no hay por qué alarmarse. Que Eduardo Zaplana, a priori, está obligado a pisar suelo, a gobernar sin demasiados sobresaltos y, sobre todo, a evitar escándalos que salpiquen su imagen en el resto del país. Porque postularse se postula. O lo postulan, que para el caso es lo mismo. Las mayorías absolutas hay que administrarlas con mesura, inteligencia y hasta generosidad, porque de otra forma pueden convertirse en indeseados absolutismos, poco adecuados para quien ambiciona lo más y ha conseguido situar su nombre en la parrilla de salida. Un inciso: quien, en su afán vertebrador, extiende su dominio absoluto desde Vinaròs hasta Orihuela, no le vendría mal ejercer de verdad ese control e inyectar dosis doble de la vacuna de la prudencia y la sensatez en las nalgas de sus representantes sureños, que no han entendido el mensaje y amenazan con hacer un uso del bastón de mando diferente al que otorgan las urnas, que son soberanas. En la noche del triunfo electoral, algún que otro cargo electo vociferó la conveniencia de desterrar de Alicante a algunos periodistas que no son del agrado del PP. Más que absolutismo, eso es fascismo.
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