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Elecciones y campañas

Las elecciones son el meollo mismo de la democracia; porque las democracias pueden ser dispares en muchas connotaciones, pero es seguro que si no hay un sistema de elecciones libres no hay democracia, en este sentido moderno para el que la democracia o es representativa o no es. La elección se prepara normalmente mediante actuaciones que constituyen la "campaña electoral". Para unos votantes suficientemente informados y conocedores de los posibles candidatos, la campaña puede no ser necesaria, pero digamos que, al menos con fines informativos, las campañas, o su equivalente, son necesarias. Utilizamos una palabra, "campaña", de connotaciones bélicas; no decimos periodo de información, o algo así de inocuo; y la campaña, que puede tener muchos desarrollos, tiende a comportarse de manera especialmente belicosa, con ataques a los que corresponden defensas y contraataques; al final, parece que estamos haciendo operaciones del género de las que se enseñan en las escuelas de guerra.

Se comprende que, de alguna manera, tenga que ser así; pues, en cualquier caso, una elección implica competencia entre varios y aún opuestos candidatos o aspirantes a ser elegidos, y la competencia implica algún tipo de belicosidad personalizada, como sucede también, por ejemplo, en concursos y oposiciones universitarias, pues los candidatos no son tantos que se pueda excluir esa lucha de alguien contra alguien, no de alguien contra una informe masa de la que uno quiere destacarse.

Nuestra práctica en estas lides (otro término belicoso) no es muy antigua, poco más de veinte años, pero la proliferación de sistemas democráticos, y la venerable antigüedad de algunos (pocos) de ellos, da una cierta experiencia. Y uno acaba pensando que estas campañas son un contrasentido si se contrastan con el objeto que persiguen, facilitar la elección a los electores.

No parece una barbaridad decir que cualquier elección necesita, por parte del elector, reflexión. Una elección más reflexiva será, de este modo, una elección mejor, con más garantías de acierto. Pues bien, las campañas electorales al uso son una llamada de atención, desde luego, pero parece más bien encaminada a impedir la reflexión del elector que a estimularla. La cosa llega a tanto que no nos parece tan extraño que dos o tres semanas de campaña (que, en realidad, desde el punto de vista del martilleo al elector, son muchas más) terminen con un solo día para la reflexión, y en algunos países ni eso. Tres semanas de agobio, tres semanas para arrastrar, tres semanas para la retórica más simplificadora y falsa y para el predominio de la imagen sobre el pensamiento, tres semanas para ensordecer, avasallar, obnubilar; y un día, teóricamente, para reflexionar. Las campañas que se dan, a fuerza de empujones psíquicos y aun físicos, acaban por tratar al elector como un idiota; lo importante es seducirlo, pero, sobre todo, que no piense, y luego, el día para reflexionar, que, por supuesto, tampoco es un día silencioso, ya se encargan los medios de ocupar el silencio con ecos y reproducciones del ruido anterior.

Son, en tal sentido, campañas deseducadoras, pues la educación es poner a la gente en condición de valerse por sí misma; las campañas tienden a condicionarla como al perro de Pavlov. Creo que es un grave problema de la democracia, pero tampoco sé cómo se arregla. Sobre todo, mejor esto que el redentor que nos libera de la posibilidad de elegir. En estas condiciones, creo que la campaña mejor es la campaña inútil, es decir, la que no saca a la gente de sus razonables casillas, que son su interés (egoísta o altruista), sus ideas, su convicción. Creo que una democracia madura es la que hace de estas campañas artilugios inocuos. Yo comprendo hasta que se hagan si es que detrás de esas astracanadas hay resultados favorables al que las hace, pero sueño con un electorado tan maduro que "pase", no de elegir, sino de estos intentos de seducción. Algo de esto se ha vislumbrado en las últimas elecciones, donde tantos electores han sabido "elegir" en direcciones distintas según les indicaba su impenetrable singularidad personal; es sólo un indicio. Sería una tranquilidad que este tipo de campañas decayera, no por convicción de los campeadores, lo que es imposible mientras sea rentable, sino porque los electores estuvieran de vuelta de tanta bravata. Ah, y para que nadie se ofenda, es claro que no todos los candidatos y coadyuvantes hacen las mismas mamarrachadas; que también uno ha sido candidato.

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