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EL CAMINO HACIA LA PAZ El regreso

La loca de Shajkov

Xavier Vidal-Folch

La guerra enloquece. Ella ni siquiera recuerda cómo la llamaban, ni cuál es su edad. Perdió la razón cuando la sacaron a golpes de su pueblo, tampoco sabe el nombre. ¿De dónde viene? Sus grandes manos temblorosas señalan un horizonte indefinido. Duerme desde el 4 de abril sobre un jergón de paja en la destartalada escuela de Shajkov, cerca de la línea fronteriza con Serbia. Ese pueblo que policías y paramilitares del presidente yugoslavo, Slobodan Milosevic, convirtieron en campo de concentración, que a nadie dejaban entrar ni salir, que a todo aquel que no tuviera con qué pagar un rescate le segaban el cuello como a una espiga.

Ella se ha quedado sola, y llora. Todos los demás refugiados de la escuela y de la mezquita han regresado a sus casas.

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"¡Qué extraña sensación de libertad!"

Por no tener, ni dientes tiene. Balbucea sones ininteligibles, las rugosas mejillas cóncavas, los ojos desorbitados en sus profundas y oscuras cuencas.

Sólo se le adivinan unas pocas palabras: "Rama, Ismail, Shaban", nombres en que los vecinos intuyen a marido e hijos, a buen seguro fallecidos en esta guerra.

"Tengo miedo, los serbios me matarán, me quemarán si salgo", barbotea, apretando con sus grandes dedos un pañuelo ennegrecido al que se agarra como tabla de salvación.

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Ella guarda todas sus humildes pertenencias en el interior de un escaso hatillo cuidadosamente anudado, presta para partir en cualquier instante.

¿Hacia dónde? "Hacia allá, hacia las montañas", parece que dice, dodecafónica, grave, ausente.

La mujer atesora también tres botellas de agua y una lata de queso desmenuzado.

La gente de Shajkov es compasiva, pero ella apenas se deja ayudar. En la escuela de pueblo que ha convertido en su casa, ella suele cerrarse por dentro en el aula de la pizarra rota, vestida con su camisa que fue roja, su coqueto chalequillo negro, su elegante pañoleta sucia.

Ahí maduran todos los temores de la loca de Shajkov, quién sabe hasta cuándo.

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