La selección de cortometrajes valencianos reúne lo más destacable de la producción autóctona de este año
Cinema Jove comenzó siendo un festival consagrado al cortometraje. De ahí que, junto a retrospectivas, homenajes y proyecciones especiales, siga dedicando una completa sección oficial a los cortos. Bucear por las 83 películas de menos de media hora de duración que presenta puede ser una forma de asomarse al mundo. Abrir los ojos al calidoscopio cultural de 32 países creando historias pequeñas con el mismo lenguaje: el cine. Para abrir boca, la organización ha programado una selección de cortometrajes valencianos de la más variada procedencia y cuyo único denominador común es su año de producción. Del programa Cortometrajistas valencianos se proyectaron el pasado sábado sólo seis películas de las nueve previstas, algo bastante habitual en este tipo de certámenes en los que las expectativas suelen desbordar a la realidad. Se quedaron en la bobina, durmiendo el sueño de los justos, Buenos días Ohio, de Silvia Ibáñez, Fuera del paraíso, de Virginia Villaplana, y la esperada Viet-ñam, del siempre sorprendente Manuel Romo. Las seis restantes ofrecieron un deshilachado muestrario de la creación valenciana en el último año. Retazos de cine sin un modelo de producción y que parecen ser obras titánicas de arriesgados creadores a los que la ayuda divina, en forma de subvención de las instituciones, ha empujado a filmar sus ideas. Ese parece ser el motor de, por ejemplo, La última moda, de Vicente Monsonís, una agradable historia con tintes kafkianos que peca de inconsistencia por culpa, principalmente, de unos diálogos muy poco afortunados y unos personajes excesivamente esterotipados. Pero, puestos a meterse entre cámaras y focos, qué mejor que filmar las locuras propias y ajenas. Éste es el pensamiento que debe de haber rondado las mentes de Ignacio López y Manuel Valero, responsables de Potaje de pasiones, un esperpéntico corto que bebe de las influencias del primer Almodóvar para conformar un desmadre inconexo y pretendidamente moderno. En la misma tesitura se encuentra Preludio, de Ramón Jiménez, un intento de hacer cine moderno, bajo la excusa de la experimentalidad, a partir de los sueños y las agonías de dos mujeres. Cortos divertidos Lo más conseguido del menú valenciano del corto vino de la mano de Benja Figueres y Jaume Bayarri. El primero, con Classic 2, realiza un divertido ejercicio de cinefilia a partir de La ventana indiscreta que recuerda aquellas bromas que el gran maestro Hitchcock filmaba para la televisión. El segundo, en Bloody Maruja, parte de la vida cotidiana para introducir un elemento extraño que desbarata lo rutinario y lo convierte, a la vez, en gracioso y terrorífico. Todo ello, con un sinfín de caras conocidas de nuestra televisión pública. Mención aparte merece Family pictures, de Jorge Torregrosa, por su arriesgada aproximación al universo homosexual desde la perspectiva familiar. La sección oficial de largometrajes arrancó con la fuerza de Manolito Gafotas, de Miguel Albadalejo, diversión en estado puro y lejos de buscar otro objetivo en el cine que pasar hora y media agradable viendo las aventuras y reflexiones del pirotécnico personaje creado por Elvira Lindo.
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