Ejecutivos
JOSÉ RAMÓN GINER Cuarenta y ocho horas después de que el Partido Popular ganara la alcaldía de la ciudad de Alicante por mayoría absoluta, Ángel Franco, coordinador de la campaña electoral del partido socialista, reunió a los periodistas para comunicarles que el resultado de su partido en las elecciones había sido magnífico. Por estas declaraciones, el señor Franco debería pedir disculpas a los ciudadanos. Cuanto menos, se las debería pedir a los militantes de su partido y a todos aquellos que depositaron una brizna de su fe en unas siglas que el señor Franco ofende con estas manifestaciones. Franco sabe que los resultados del partido socialista en la ciudad de Alicante han sido decepcionantes. Pretender ignorarlo como él hace, ocultándolo en el equipaje de unos porcentajes ridículos o aludiendo a una situación interna en la que, por lo demás, él mismo ha participado, no es sino un intento de escapar a su responsabilidad. Y esto, aunque cada día resulte más frecuente entre los políticos, es impropio de un dirigente. Durante la pasada campaña electoral, quienes creemos que Alicante debe ser una ciudad más justa, más moderna y equilibrada, cuyo desarrollo no puede quedar al arbitrio de los constructores, aguardamos las palabras iluminadoras del candidato socialista. Las aguardamos con expectación. No llegamos a escucharlas. Tan sólo vimos a un hombre cargado de buenas intenciones, incapaz de ofrecer un discurso que arrastrara a los ciudadanos, que les transmitiera una ilusión merecedora del voto. Como coordinador de la campaña, alguna responsabilidad debería asumir el señor Franco en estos acontecimientos. No parece dispuesto a hacerlo. Por eso es tan repugnante su intento de pasar página presumiendo de un resultado que no se ha producido. Ángel Franco no tiene derecho a mofarse de esta manera de quienes han votado al partido para el que trabaja. Pero, quizá, su actitud no pueda entenderse sin recurrir a otro factor: el miedo. Como muchas personas de la ejecutiva de su partido, Franco es un hombre aturdido por el miedo. Miedo a dejar de ser el personaje en que se ha convertido a través de la política y verse reducido a la condición de ciudadano. Miedo a perder esa minúscula parcela de poder que le permite armar y desarmar candidatos, mover asambleas o agitar grupos municipales. Pero, un político atenazado por el miedo es un político mediocre. Un hombre al pairo, sin otra estrategia ni ética que la que le permita perpetuar sus privilegios. Muchas personas quisiéramos que las ideas socialistas, en las cuales creemos porque aspiramos a una sociedad más justa, contaran con líderes más vigorosos. También más íntegros. Líderes con el coraje suficiente para asumir sus errores y capaces de dejar su puesto cuando sienten que han agotado sus ideas y son rechazados por los votantes. Reconozcamos que hay muy pocos capaces de este sacrificio. Pero, esta carencia no debiera confundirnos. El socialismo sigue siendo posible. Lo demandan amplias capas de la población. Acaba de demostrarse en Cataluña. No son los electores quienes vuelven la espalda al socialismo, sino los políticos que lo vacían de toda sustancia y lo niegan con su comportamiento. Esos tipos capaces de gobernar un partido con el mismo catecismo que utilizarían para dirigir un club de fútbol.
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