Big Brother
El Gran Hermano Global se ha instalado según las pautas de una información de supermercado, lleno de estuches diversos repletos del mismo contenido. En el caso de la información que se nos transmite sobre Yugoslavia, ni siquiera funciona la elegancia social del estuche. El mismo estuche y el mismo contenido. Todas las destrucciones son serbias, y ni un comentario de paso sobre los destrozos causados por semanas y semanas de bombardeos de la OTAN. Bombardeos virtuales, al parecer. Todos cuantos bombardearon Yugoslavia desde diversos living-rooms (el de los cazabombarderos, el de los portaaviones o el de sus despachos y casas privadas) han sido exculpados. Han ganado. ¿Cómo puede ser culpable un ganador y además global y además hidra benéfica compuesta por los países más ricos del mundo? Los efectos no tienen otra causa que la local maldad de Milosevic, respaldada por la maldad latente de una etnia imperialista como la serbia. En algunos rincones semiclandestinos de la inteligencia humillada y ofendida se empiezan a elaborar estudios sobre las causas económicas y estratégicas de una guerra que no fue declarada y que sin embargo ha producido criminales de guerra: en el bando serbio, naturalmente. La maldad de Milosevic ni fue ni es locura, se trata de una maldad histórica llamada razón de Estado, y responde a intereses a la espera de toda clase de analistas menos los psiquiatras. La bondad de la OTAN consiste en disponer de una capacidad militar no tan disuasoria como para amedrentar a los serbios en un tiempo digerible de bombardeos y haber diseñado un Tribunal Internacional a su medida.
El resultado es esta victoria miserable que el Gran Hermano trata de justificar todos los días utilizando a los kosovares, albanos y serbios como carne de bombardeo y de diáspora. Pidamos dos cámaras: una para las fosas comunes y otra para las destrucciones humanas y físicas a cargo de la OTAN.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.