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Una bomba que mató a 29 personas

La excursión era una más del programa de actividades del curso infantil de inglés. Los niños, madrileños en su mayoría, se montaron en el autobús, como otros sábados del verano pasado, frente a su colegio temporal en Buncrana, un pintoresco pueblo de la costa irlandesa. El itinerario incluía la visita a un parque de atracciones y una parada en Omagh, la ciudad al otro lado de la frontera con un comercio floreciente y una rutina placentera. Era 15 de agosto, Día de la Virgen, y el terrorismo azotó por primera vez y brutalmente a este enclave que, hasta entonces, vivía alejado de las disputas entre protestantes y católicos. Disidentes republicanos, miembros del autoproclamado IRA Auténtico, hacían estallar un coche bomba en el centro de Omagh.

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La respuesta de la policía a un confuso aviso del atentado resultó vana. El impacto de la metralla sorprendió a cientos de lugareños y al grupo de estudiantes españoles que se dirigían a la zona acordonada y supuestamente segura. Entre los 29 fallecidos se identificó a dos españoles, el estudiante de 12 años Fernando Blasco y la monitora Rocío Abad, junto a dos pequeños irlandeses que se apuntaron a la excursión del sábado de sus amigos. La tragedia se extendió a una docena de familias españolas cuyos hijos fueron ingresados, algunos en estado crítico, en centros hospitalarios de Irlanda de Norte.

La bomba hirió a cerca de 220 norirlandeses e, indirectamente, a toda la población de la isla. En la acción cayeron protestantes y católicos, lugareños y extranjeros.

La conmoción popular provocó la declaración de alto el fuego de los disidentes y una nueva determinación de la comunidad política por hacer avanzar el proceso de paz. Pero 10 meses después el proyecto político sigue estancado sin muchas esperanzas de lograr un acuerdo definitivo.

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