Los nuevos retos de las políticas municipales QUIM BRUGUÉ / RICARD GOMÀ
La nueva convocatoria electoral municipal, en el marco de los 20 años de ayuntamientos democráticos, constituye una buena oportunidad para la reflexión. Durante todo este tiempo han cambiado muchas cosas en la esfera política local. Una de las tendencias más relevantes ha sido la progresiva expansión de las políticas públicas municipales. Los ayuntamientos han ido asumiendo responsabilidades de acción en terrenos muy relevantes. Hoy los gobiernos locales ya no son aquellas administraciones volcadas casi en exclusiva en asfaltar calles, poner multas, reparar el alumbrado o recoger la basura. Tampoco son ya aquellas instituciones simplemente ejecutoras, prestadoras de servicios concebidos más arriba. Tenemos hoy unos gobiernos locales con mucha más capacidad política, apoyada en una ampliada legitimidad social. A lo largo de estos años, ha ido conformándose una oferta de políticas municipales estructurada en un triple eje: el bienestar social, la promoción económica y el territorio. Los organigramas municipales han expresado este triángulo de actuación y en cada uno de sus vértices han ido polarizándose múltiples programas de actuación (sociales, culturales, lúdico-formativos, urbanísticos, ambientales...), diseñados desde la óptica local. Repasando estos años, pueden apuntarse logros e insuficiencias. En la vertiente positiva cabría destacar la vertebración de las áreas de servicios personales, la consolidación de las políticas socioculturales, el despliegue de la red de atención social primaria, la afirmación del papel municipal en la lucha contra el paro, el avance del planeamiento y de la apropiación colectiva del espacio urbano, y la irrupción de los objetivos de sostenibilidad. En la cara negativa, puede destacarse el débil componente local de las políticas educativas y sanitarias, la subordinación relativa de los servicios sociales a las políticas urbanísticas, la debilidad de la acción municipal frente a la persistente segregación social de las ciudades y frente a las presiones de un mercado inmobiliario que ha roto la lógica de muchos espacios urbanos complejos y populares, y el escaso desarrollo de procesos de participación ciudadana. Todo ello, sin embargo, nos sitúa en condiciones de trazar un renovado horizonte de reflexiones. ¿Puede sostenerse hoy que la cohesión social, entendida desde la interculturalidad, es posible sin fuertes políticas municipales de bienestar? ¿Es posible la plena igualdad entre mujeres y hombres sin políticas municipales que vayan alterando, desde la vida cotidiana, las actuales desigualdades de género? ¿Es verosímil pensar que buena parte de la población joven pueda trazar hoy proyectos de vida sin programas municipales de alquileres asequibles y sin servicios locales de formación e inserción laboral? ¿ Puede hacerse hoy factible un modelo de desarrollo no productivista sin estrategias locales de sostenibilidad? A nuestro entender, las respuestas a estas preguntas conducen tanto al fortalecimiento del ámbito público municipal como a la consolidación de su naturaleza plenamente política. Las agendas locales tendrán que expresar, de forma creciente, la opción por modelos de ciudad bien enraizados en valores de fondo. Cada vez será menos posible esconderse tras los clásicos pretextos de falta de recursos o competencias; tampoco valdrá decir que casi todo viene determinado por los imperativos de la globalización. Los ciudadanos y ciudadanas tendremos que saber si nuestros gobiernos locales apoyan en la práctica los valores de la igualdad, la diversidad y la cohesión o si, por el contrario, avalan por acción u omisión las desigualdades, las exclusiones y las fracturas de ciudadanía. El futuro de nuestras ciudades es hoy más que nunca una cuestión de voluntad política que se dirime en el terreno de los valores. Los contenidos, de izquierdas o de derechas, tienen en las políticas municipales un espacio de expresión excepcional. Ahora bien, ninguna etiqueta de partido confiere patente de izquierdismo
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