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Problemas no bombardeables

Francisco Veiga

El final de la crisis kosovar está trayendo consigo una curiosa nube de confusiones que en buena medida pueden interpretarse como la resaca de una contienda en la que cada bando ha utilizado a fondo y sin pausa la guerra de la propaganda. ¿Quién ha ganado?: aunque sea bajo formas variadas, es ésta la pregunta que más se plantea. El público que sigue con más interés el proceso de paz teme que exista una ceremonia de la confusión y le estén escamoteando datos. Por el momento, saber con exactitud qué está ocurriendo en los entretelones es tarea casi imposible. Sólo cabe dar tiempo al tiempo o dejar que fluyan las hipótesis. Pero, desde una perspectiva general, ya se pueden destacar algunas certidumbres. Primera, que los conceptos derrota-victoria en las guerras modernas se han relativizado mucho desde el conflicto de Corea, allá por los años cincuenta. Esto es especialmente válido para una contienda como la de Kosovo, en la que uno de los bandos ejercía presión militar, y el otro, incapaz de responder con las armas, lo hacía con maniobras políticas. Así, aunque es evidente que la fuerza de la OTAN ha sido decisiva para que Milosevic accediera a negociar, no se puede menospreciar la importancia de Rusia y sus movimientos por el escenario del conflicto. Ya hay quien dice que ha sido la presión de Moscú la que ha llevado a los serbios a ceder ahora y no más tarde. Esta consideración demuestra que la evaluación correcta de lo ocurrido pasa por ampliar al máximo el enfoque del escenario y los actores del conflicto. Cuando comenzó la campaña de bombardeos existía sólo un problema: lograr que Belgrado firmara unos acuerdos propuestos por el Grupo de Contacto -que, por cierto, ha hecho mutis por el foro a favor del G-8 sin que nadie se haya parado a explicar en detalle lo ocurrido-. Con el tiempo, las cuestiones a resolver se multiplicaron: lograr el regreso de los refugiados albaneses a Kosovo; salvar la cara de la OTAN, que cada vez incurría más en la lógica argumental de los serbios cuando bombardeaban Sarajevo; devolver a la ONU un protagonismo que nunca debió perder, y lograr que Rusia -la Santa Bárbara de la que se acuerdan cuando truena- encajara en el esquema de resolución del conflicto, reduciendo al máximo sus lógicos deseos de saldar algunas cuentas con la prepotente OTAN. Cuadrar cinco factores a satisfacción de todas las partes es realmente difícil, y de ahí las maniobras desconcertantes, los acuerdos de pasillo y los silencios. De esta manera, el pequeño Kosovo se ha convertido en la caja de empalmes para toda una serie de intereses geoestratégicos de gran alcance y la situación recuerda más que nunca los escenarios diplomáticos del siglo pasado. Además, se ha cerrado un ciclo iniciado en 1991: la presencia militar de las grandes potencias en todas y cada una de las repúblicas de la ex Yugoslavia, incluyendo ya a Macedonia y Serbia. La voladura supuestamente controlada de la federación, que por entonces muchos observadores más bien ingenuos presentaban como gran solución "evidente" ha terminado por convertirse en un enorme galimatías de protectorados y zonas de influencia. Pero es de temer que las cosas no terminen aquí. El efecto lupa ha llevado una vez más a que el interés de políticos y analistas se centre exclusivamente en el conflicto kosovar, olvidando la bomba de relojería que es el problema albanés en su conjunto. Cualquier viajero que haya visitado Tirana estos días habrá constatado la llamativa presencia del Ejército de Liberación de Kosovo en sus calles: sus hombres se pasean tranquilamente por el centro de la ciudad, sus vehículos se desplazan por las carreteras del país y en los campos de refugiados no es raro encontrar algún soldado en aparente misión de vigilar o controlar. Las tiendas y chiringuitos del centro de la ciudad están llenas de souvenirs relacionados con el ELK: insignias, llaveros, banderines, casetes. En la televisión estatal aparecen cantantes albaneses interpretando himnos y baladas del ELK, que incluyen montajes de acompañamiento: escenas del ELK en combate, mapas, banderas. Thaçi es visto como un líder dinámico y positivo, cuando no como un héroe. Rugova está en malas relaciones con el Gobierno de Majko y no aparece por allí. En definitiva, la complicidad entre el actual Gobierno y la guerrilla del ELK es íntima e intensa y, aunque tenga un empeño real en desarmar a la guerrilla, la mano de la OTAN no podrá actuar fácilmente en todo el santuario albanés Pero, además, y por primera vez desde comienzos de siglo, los asuntos políticos albaneses y kosovares están cada vez más mezclados. Centenares de miles de refugiados albanokosovares han ido a parar a Albania. Algunos se quedarán, otros han establecido nuevas relaciones, que mantendrán. El otrora robusto tejido social albanokosovar está desorganizado, con la autoridad de los clanes patas arriba y la directiva política amargamente enfrentada. Si la marea de refugiados se disloca aún más, se dispersa por Albania y Europa, esa situación continuará. Y Kosovo, supuestamente alejado de la dominación serbia, se convertirá para Albania en un fruto muy apetecible al alcance de la mano. El panalbanismo, que el año pasado sonaba en Tirana a opción muy remota, ya se está convirtiendo en una posibilidad real. La cuestión es que Albania sigue siendo el país más pobre de Europa, con demasiados problemas internos sin resolver. No olvidemos que los albaneses solitos, sin intervención de Milosevic ni nada parecido, reventaron su propio Estado en 1997 y aún hoy centenares de miles de armas siguen en manos de la población. Desde hace unos seis años, mucha gente se ha acostumbrado al dinero fácil y ahora creen ingenuamente que la OTAN y los occidentales van a resolver todos sus problemas. En las cancillerías occidentales se piensa que ya se apañarán. Pero de momento, y según una fuente tan solvente como Jane"s Intelligence Review algunos mafiosos albaneses reabrieron durante las pasadas semanas un oleoducto secreto conectado con Montenegro y situado bajo el lago de Shkoder. Mientras tanto, los miembros del Gobierno que acudieron a la cumbre de Washington en el pasado mes de abril, tuvieron que pedir los billetes de avión a las embajadas extranjeras en Tirana. Estas anécdotas denotan defectos estructurales muy serios, que quizá pueda remediar dentro de varios años algún plan de desarrollo económico de largo alcance diseñado por la UE y aplicado con mano de hierro. Pero en todo caso, no son problemas bombardeables ni susceptibles de ser solucionados recurriendo al principio de autodeterminación.

Francisco Veiga es profesor de Historia de Europa Oriental en la UAB.

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