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Tribuna
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La última esperanza

Queridos candidatos de base al Parlamento Europeo: para los españoles de mi generación, Europa y la democracia han compartido siempre el mismo horizonte. Desde hace 37 años, cuando las fuerzas democráticas españolas proclaman en Múnich la irreversible vocación europea de España, esta opción se convierte, en nuestro país, en el eje central de la lucha por la democracia. Por eso, cuando la propaganda franquista degrada aquel encuentro a la condición de contubernio, y cuando Franco orquesta los gritos de "Los de Múnich a la horca", lo que buscan es descalificar una alternativa política que puede acabar con ellos. La mayoría de los que quedamos del contubernio muniqués de junio de 1962, seguimos apostando a la misma utopía. Yo incluso la he alojado en el reducto más entrañable de mi vida personal: mi última hija se llama Vera Victoria Europa. Desde esas convicciones es coherente que califique la campaña europea de lamentable. Una mezcla de ignorancia y de mala fe la ha convertido en un puro ejercicio de cinismo retórico. En una elección, de lo que se trata es de convencer al elector de que la oferta que se le propone es diferente a las otras, y que en función de esa diferencia es la mejor. Pero además de que quien la formula se compromete a llevarla a la práctica. De aquí la desvergüenza de los cabeza de listas europeas que son al mismo tiempo los más altos responsables políticos de sus partidos políticos nacionales -el ejemplo más patético es el francés- que asumen un compromiso de presencia y de dedicación parlamentarias que saben a ciencia cierta que no van a cumplir. Si nos referimos a las candidatas líderes españolas, todo augura que desertarán, en muy breve plazo, del Parlamento Europeo, por sentirse vocadas a más altos cometidos. Cuando de los actores pasamos a los contenidos, el espectáculo es aún más desconsolador, ya que resulta imposible distinguir la especificidad europea de unos y otros. En vez de explicar a los electores la creciente importancia de Europa, hemos asistido a un concurso de nacionalismos en el que se trataba de ver quién hablaba menos de Europa y más de su fervor patrio. No es que los temas hayan sido casi exclusivamente nacionales, sino que las alusiones a Europa se han justificado siempre en virtud del propio país. Nicolas Sarkozy, presidente del RPR y cabeza de su candidatura europea, ha insistido en que va a Estrasburgo a defender a Francia, y que los únicos electores que le importan son los franceses, puesto que son los únicos que le pueden votar. Prisioneros de las ambiciones de sus partidos (nacionales) y de los poderes que poseen y que los poseen, poco puede esperarse de quienes asentados en la cúpula aspiran a permanecer indefinidamente en ella. Pero estáis también vosotros, que desde la base sois la base de su fuerza y podéis devolver la credibilidad a vuestra Asamblea. ¿Por qué no imponéis un sistema de transparencia informativa que nos diga quiénes asisten a las sesiones plenarias y a las de comisiones y cuándo y en qué sentido intervienen en ellas? ¿Por qué no reforzáis vuestra colaboración con la Comisión, que es al mismo tiempo vuestro instrumento y vuestro mejor aliado? Las decisiones por unanimidad bloquean todos los avances posibles. Los 21 puntos del Manifiesto de los socialistas europeos, si no existe el voto por mayoría pueden considerarse un escarnio. Pues, ¿cómo va a hacerse efectivo el pacto europeo por el empleo, o cómo puede establecerse una armonización fiscal en Europa si un solo miembro puede hacerlos inviables? La legitimidad del control del presupuesto es vuestra. Amparados en ella, en vez de verificar la administración directa de la Comisión, que es menor y diversiva, ¿por qué no dirigís, en asociación con los Parlamentos de los países, vuestra acción contra los latrocinios nacionales de los que el lino es sólo un ejemplo? Como dicen que los náufragos y los enamorados no correspondidos encierran su mensaje en una botella y la arrojan serena y desesperadamente al mar, he querido en esta columna haceros depositarios de la última esperanza europea. A los demócratas no nos queda otra.

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