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Amenazados por la paz JOAN B. CULLA I CLARÀ

En marzo de 1945, sobre una pared cualquiera del Berlín que los bombardeos aliados estaban reduciendo a escombros, podía leerse esta inscripción entre sarcástica y profética: "Aprovechaos bien de la guerra. La paz va a ser terrible". Una pintada semejante debería campear hoy, en Belgrado, frente a las ventanas de Slobodan Milosevic, de su dilecta esposa, Mirjana Markovic, y del resto de la cúpula político-militar serbia, de quienes llevan una década medrando -en todos los sentidos de la palabra- al calor del clima belicista que ellos mismos alimentaron y gracias a cuatro guerras sucesivas que culminan con la peor de las derrotas. Como sus afines germanos de los años treinta, aquellos que prometían una Gran Alemania y dejaron una nación descuartizada y en ruinas, los brujos de la Gran Serbia han atraído sobre su pueblo el dolor y la destrucción, y un encogimiento territorial que hace los actuales dominios de Milosevic cada vez más parecidos al pequeño reino serbio de principos de siglo, anterior a las conquistas de 1912-13. Así las cosas, la resaca de la paz es sin duda el peor enemigo de la satrapía belgradense, con la condición de que la OTAN no consienta a Milosevic enmascarar con argucias y malabarismos de última hora su propia capitulación. Sólo después de haber visualizado claramente el desastre sin paliativos a que la ha conducido este régimen podrá la sociedad serbia reaccionar, librarse de él y buscar en su seno un Konrad Adenauer sureslavo capaz de liderar tanto la reconstrucción material como la regeneración democrática de la federación serbo-montenegrina y, por consiguiente, de hacer posible su integración en Europa. La derrota de Milosevic es también, en otro orden de cosas, la de una serie de espantajos con los que, desde el pasado 24 de marzo, se ha tratado de alarmar y dividir a las opiniones públicas occidentales, de lastrar informativamente la ofensiva aérea aliada y de cultivar el parloteo periodístico falto de rigor y fundamento. Si, en vísperas de la guerra del Golfo, la guardia republicana iraquí era la fuerza militar más temible del mundo, el arsenal de Sadam Hussein podía inflar todo el Oriente Medio y la eventual liberación de Kuwait iba a ser "la madre de todas las batallas", en los últimos tres meses hemos leído que Kosovo es un reducto inexpugnable, otro Vietnam en potencia; que el Ejército Popular Yugoslavo, maestro de las tácticas guerrilleras, sería dificilísimo de doblegar, y que el orgulloso pueblo serbio estaba dispuesto, en defensa de su soberanía, a echarse al monte y emular las hazañas partisanas de sus abuelos contra el nazi-fascismo. Tan sesudos análisis olvidaban, entre otras, dos cosas: que en dictaduras como la de Sadam o la de Slobo, la misión fundamental de las fuerzas armadas no es proteger las fronteras, sino salvaguardar al déspota, y éste es, por consiguiente, el primer interesado en preservarlas de la destrucción total. Y el segundo olvido es que, aun a pesar de la propaganda y de su propia y natural indignación contra los bombardeos, los ciudadanos serbios han sabido siempre -bastaba verles, el pasado domingo, en las playas del Danubio- que la OTAN no es la Luftwaffe de Hitler y que los ataques aéreos de esta primavera, por dolorosos y mortíferos que hayan sido, guardan escasa analogía con la brutal ocupación de su país, entre 1941 y 1944. Los actuales preliminares de paz invitan también a una primera reflexión acerca de los excesos verbales y conceptuales que, en nombre de la contrainformación y de la lucha contra el pensamiento único, se han llegado a escribir e imprimir en España a expensas de esta guerra. Después de dejar sentado que "cualquier acción de la OTAN, en general, es sospechosa", se ha descrito a los gobiernos occidentales como "la reacción internacional" y a los soldados europeos como "cipayos del agresor" americano. Recuperando los mejores días del "clase contra clase" estalinista, se han denunciado "los crímenes de la socialdemocracia": Blair es un "fascistoide", Solana un clon de Pinochet, Clinton un "criminal peligroso" y todos, en general, una banda de genocidas. Hemos visto reemerger la langue de bois del paleocomunismo más trasnochado, al servicio de los análisis históricos más reduccionistas y sectarios; por ejemplo, el proceso de crisis e implosión de la Yugoslavia titista que culminó en 1991 fue, simplemente, "el desencadenamiento brutal de la contrarrevolución", "un golpe de Estado procapitalista". Y los mismos progresistas consecuentes, muy indignados -con razón- porque los kurdos de Turquía no son objeto de tanto desvelo como los albanokosovares, no dudan en tildar al ELK de terrorista, nutrido por mercenarios, patrocinado por mafias y financiado con el tráfico de heroína; o sea, exactamente idéntico repertorio argumental al que utiliza el Gobierno turco para criminalizar al PKK. Es una lástima que el órgano de transmisión de todas esas genialidades sea un periódico bautizado como El Otro País. Hubiera sido más propio llamarlo El Otro Mundo.

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