Debate de sordos J. J. PÉREZ BENLLOCH
El martes noche y en hora privilegiada TVV emitió el debate estelar de la campaña electoral. Los candidatos a la presidencia de la Generalitat se enfrentaron -es un decir- en un trasunto de combate a seis asaltos del que únicamente algún optimista y las respectivas feligresías podían esperar algo distinto a lo visto y oído a lo largo de los 90 minutos que duró. Las reglas establecidas y acaso las únicas posibles para ese desconcierto a cinco voces no propiciaban la disputa cuerpo a cuerpo y, menos aún, la pasión. Verdad es que el líder socialista, Antoni Asunción, precalentó el encuentro y suscitó alguna expectación al anunciar en la víspera que haría caso omiso de las normas a fin de no hacer el papel de periquito. Por fortuna para él apenas si lo intentó, pues tal desmadre no hubiera mejorado su embarullado discurso, una suerte de desvaída y monocorde catilinaria contra Eduardo Zaplana confirmatoria de la indigencia programática en la que está sumido el PSPV y que difícilmente se puede disimular a golpe de desmelenamiento retórico. De todos los agonistas, fue Asunción el más decepcionante por ser al mismo tiempo, quien venía obligado a responder en consonancia con el gran partido que le ampara, la alternativa hoy por hoy improbable pero la única con expectativa de futuro. No dio la talla, simplemente y, lo que es peor, tuvo que sufrir la condescendencia de su adversario, indiferente a los dardos, ni burdos ni ingeniosos, que le lanzaba el ex ministro. No diré yo que el socialista perdió votos por su inhabilidad dialéctica, pero sería prodigioso que convenciera a ningún indeciso. El aspirante popular, y molt honorable en funciones, no necesitó emplearse a fondo para salir airoso del envite y embates de sus competidores. Se ciñó al guión propio del ganador confortado por las encuestas y la prosa mellada de sus críticos. Lo suyo es vender euforia ligeramente teñida de megalomanía, fundada en la convicción de que ha desarrollado un buen trabajo al frente del ejecutivo, de que comparece con los deberes hechos, tal cual se dice, y con una gavilla de proyectos anticipadores de bonanzas mil para los valencianos. Es, en suma, la moral del ganador que no otea moros en su costa. Añádase a todo ello una singular aptitud para dialogar con las cámaras de TV y seducir administrando el gesto, el tono y los tiempos. Confiemos en que encuentre un día la horma de su zapato -que ahora no se atisba- para que podamos aquilatar la solidez y hechura de sus capacidades. Pero en este debate de sordos también participaron otros personajes de distintas camadas políticas que trataron de vendernos con mayor o menor tino sus respectivos avíos sin dejar de darle caña, como está mandado, al partido que gobierna y a su vicario allí presente. También para estos, residentes en la oposición o abocados a ella, la legislatura que acaba es un muestrario de fallos e incumplimientos. Tantos que la misma demasía de la denuncia desacredita el argumento, pues no se perciben por parte algunas las calamidades que delatan. Así, Joan Ribó, de EU, hizo presa en el paro cuando más atenuado, precisamente, se constata. Y la corrupción, de haberla, no hiede lo bastante para escandalizar al personal. Tuvo el mérito de aludir a la comarcalización del País, pero no es seguro que este insólito asunto cale en estos momentos en la sensibilidad del personal. Los nacionalistas, genéricamente descritos, se atuvieron a sus distintos cometidos. Héctor Villalba, de UV, se empeñó en acentuar las bondades de su partido en las parcelas de gobierno que ha gestionado, sin reparar que es asimismo cómplice de los fracasos que airea. Como siempre, una contradicción o ensaimada mental poco inteligible. Pere Mayor, por el Bloc-Els Verds, nos sorprendió por su soltura discursiva y equilibrio al dar y matizar la caña que repartió, a la vez que propugnaba un inconcreto cambio en la manera de gobernar. Creo que se ganó su derecho a un escaño, o más, claro, para el que no ha de faltarle mi voto. Corolario: el pescado estaba vendido antes de este sucedáneo de debate que si algo ha dejado claro es que el sermón electoral está reñido con la reflexión política.
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