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El fenómeno americano

El fenómeno americano a que me refiero consiste en que la economía de los Estados Unidos lleva creciendo ocho años consecutivos a un ritmo considerable, con pleno empleo y baja inflación y un superávit fiscal importante. La única mala nota de la economía -por no mencionar aquí lo social- es para la balanza de cuenta corriente que registra un déficit enorme. Esta situación, que es la envidia de casi todos los ministros de Economía del mundo, interesa a los economistas, porque les ha hecho revisar algunos de sus conceptos (la tasa de desempleo natural, por ejemplo) y algunas de sus teorías sobre el ciclo económico. Pero interesa sobre todo a los políticos y a los ciudadanos porque se preguntan cómo y en qué medida se puede reproducir ese fenómeno en la Unión Europea.El fenómeno de los Estados Unidos tiene una explicación simple y otra compleja. La simple, que dan, entre otros, Pedro Schwarz, Carlos Rodríguez Braun o Vargas Llosa cuando se mete a economista, es que Estados Unidos tiene un "mercado" que funciona libremente y soluciona automáticamente los problemas que en la Europa de los mercados regulados no se pueden solucionar. Su ejemplo predilecto es el mercado laboral, aunque también el mercado de capitales, los seguros privados, etcétera. La explicación sencilla lleva a proponer unas reformas en la Unión Europea que no son económicamente racionales ni políticamente viables.

La explicación compleja reconoce que en Estados Unidos, además de una flexibilidad mayor que la europea en muchos mercados, confluyen elementos diversos para producir los resultados mágicos de la macroeconomía norteamericana. Citaré algunos: vigorosa innovación tecnológica, política monetaria expansiva, mercados abiertos a las importaciones, mercados internos grandes y muy integrados, expectativas optimistas sobre las posibilidades del capitalismo americano, expansión de la Bolsa alimentada con grandes flujos de capitales externos, bajo coste de las comunicaciones y las utilidades (agua, gas y electricidad), un consumismo mantenido por astutas estrategias de ventas y de financiamiento, un nuevo fundamentalismo que ensalza el triunfo y la ganancia, todo esto con una baja prioridad de la redistribución como ha notado Jean Paul Fitoussi.

La explicación compleja lleva a proponer algunos cambios que son posibles, económica y políticamente, en la Unión Europea, pero nunca justificaría el reproducir aquí la situación de los Estados Unidos. El fenómeno americano, como saben los que han vivido allí, se basa en la peculiar naturaleza y comportamiento colectivo de la sociedad americana. Hay cosas que nunca podremos imitar en Europa, porque no estamos en Estados Unidos. El modelo económico americano no es la abstracción que aparece en los libros de texto, que se pueda reproducir a voluntad en cualquier parte del mundo, como se traducen y se fotocopian las páginas de un libro. Los modelos económicos funcionan encarnados en una sociedad de carne y hueso, temporal y localmente determinada, con sus dimensiones espaciales y humanas, con su historia y con un proceso que es totalmente path dependent, en el sentido de que lo que ahora aparece como mejor alternativa está condicionado por las elecciones de épocas pasadas. Los mismos mercados no son abstracciones, ni funcionan igual en todos los sitios, aunque tengan las mismas reglas de juego, porque la gente es diferente y los participantes en el mercado se mueven por distintas motivaciones y distintos estímulos, tienen diversos gustos y valoran las cosas de manera distinta. El modelo del capitalismo americano -que no es el único posible- tiene su Sitz im Leben (su plaza al sol, traducido libremente) en la sociedad norteamericana únicamente, y cuando se ha intentado trasladarlo a otras sociedades, a Suramérica, por ejemplo, ha fracasado estrepitosamente.

Tomemos el ejemplo, tan traído y llevado, del mercado laboral. En Estados Unidos hay un mercado laboral mucho más flexible que en Europa, no sólo porque el despido es casi libre, sino porque la sociedad en Estados Unidos es y funciona de una manera mucho más flexible que en la Unión Europea. En Estados Unidos la movilidad laboral es muy elevada, porque las personas son más desarraigadas y autosuficientes que en Europa y sus vínculos familiares y locales más tenues (los jóvenes dejan sus hogares a los diecisiete años y no vuelven más que para celebrar Navidad y Thanksgiving). Además las circunstancias ayudan. Un obrero, cuya fábrica ha cerrado en Vermont, puede fácilmente vender la casa a buen precio, porque el mercado de la vivienda es muy ágil y flexible, hacer una "venta de garaje" para vender sus muebles y vestidos, cosa que es muy habitual, alquilarse un U-baul, un vehículo especializado para traslados, y marcharse por buenas carreteras a California con toda naturalidad. Al llegar encontrará trabajo, casa para alquilar o comprar, y sobre todo el mismo tipo de vida y sociedad que ha dejado -con los debidos ajustes al cambio de clima-, lengua, cultura y manera de funcionar iguales, un Gobierno y unas instituciones que le son conocidas, con las mismas -o muy similares- costumbres, ritos y tabúes sociales...

En cambio, en Europa a pocos kilómetros de casa nos encontramos con diferentes lengua, cultura, historia, idiosincrasia, otros niveles de vida y costumbres muy diferentes a las nuestras, que hacen muy difícil la movilidad laboral -aunque los europeos hemos tenido una asombrosa movilidad laboral cuando éramos impulsados por el hambre o la persecución-. En todo caso, la flexibilidad del mercado laboral en Estados Unidos refleja la flexibilidad de la sociedad en su conjunto. En sociedades que no tienen ese grado de flexibilidad, el mercado laboral nunca será tan flexible como el estadounidense, aunque las gobernara una dictadura neoliberal.

Si examinamos otras instituciones y comportamientos económicos veremos que las diferencias entre Europa y Estados Unidos no se deben a políticas y medidas diferentes, sino a las condiciones que determinan qué políticas y medidas son las adecuadas para realidades tan distintas. Lo cual no quita que algunas cosas se pueden imitar. La importancia que se da al desarrollo de la ciencia y la tecnología, por ejemplo, y sus aplicaciones comerciales es algo que en Europa nos podría preocupar más sin que obsten las diferencias culturales.

En este contexto se podrían reducir las trabas administrativas para establecer nuevas empresas, y fomentar el despegue de empresas tecnológicamente avanzadas. Europa podría imitar la apertura de los mercados a las importaciones con gran fruto sin sacrificar su identidad, o el desarrollo del comercio al por menor que tan efectivamente atrae al consumidor, o los niveles de precios del transporte, las comunicaciones y las utilidades que tanto influyen en los costos de producción.

Hay muchas cosas que podemos aprender de los Estados Unidos e integrarlas en el modelo económico europeo. Pero eso sí, quien quiera una sociedad como la de Estados Unidos no tiene más remedio que irse a vivir allí, porque en Europa no es posible reproducirla como se instala un parque de atracciones (aunque incluso los parques de atracciones de Walt Disney no funcionan igual en Europa que en América).

Luis de Sebastián es catedrático de Economía de Esade, Universitat Ramón Llull.

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