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Una decisión fatal

Los jueces italianos acusan a Antonio Mantovani de perpetrar tres asesinatos aprovechando los permisos

De noche dormía en la prisión de Opera, en Milán. De día trabajaba incorporando datos en el ordenador de una oficina con otros presos de régimen abierto. Antonio Mantovani, de 42 años, era un preso en vías de rehabilitación. Su historial delictivo (abusos a una niña de tres años cuando Mantovani tenía 14 y un posterior intento frustrado de violación) había decidido al juez que le condenó por el asesinato de la mujer de un amigo, en 1983, a imponerle una pena severa: 26 años de prisión. Pero los años y los criterios de moderación que se han ido imponiendo en los ambientes penitenciarios suavizaron su perfil delictivo.En septiembre de 1996, el psiquiatra de la cárcel de Opera lo consideró maduro para disfrutar del régimen abierto por motivos "de atenuación del juicio de peligrosidad social". Una decisión fatal, según la policía y la magistratura italiana, que permitió a Mantovani lanzarse a una escalada de crímenes. Al menos tres mujeres habrían sido asesinadas por este hombre de 42 años, un preso casi ejemplar, durante las horas de libertad de las que venía disfrutando desde septiembre de 1996.

De momento, el fiscal Maurizio Romanelli y el juez Guido Salvini han enviado a la prisión de Opera, donde se encuentra detenido, una orden de arresto contra Mantovani por el presunto asesinato de una joven, Simoneta Carnevale. Además, la policía le considera el principal implicado en otros dos crímenes. Una larga cadena de errores o quizá de ejemplos de simple desidia policial y judicial habría permitido a Antonio Mantovani operar durante años con la perfecta cobertura de su domicilio carcelario. Nadie relacionó su semilibertad, en septiembre de 1996, con el asesinato, en noviembre de ese mismo año, de una ex compañera de prisión, Dora Vendola, una joven y agresiva jefa de banda que fue encontrada estrangulada dentro de un coche en una de sus salidas de la cárcel en la que disfrutaba también de un régimen de semilibertad. Más sospechas despertó la fuga del preso, ocurrida el 2 de junio de 1997, el mismo día en que era localizado el cadáver medio abrasado de una conocida y vecina suya, Cesarina Dedonato, de 60 años, justo en el apartamento del piso inferior al que había alquilado el propio Mantovani gracias a la ayuda de la presunta víctima.

La policía le detuvo al fin, en enero de 1998, y le devolvió a la cárcel, aunque sin relacionar su huida con los anteriores sucesos, ni con la desaparición de Simoneta Carnevale, una joven peluquera de 26 años cuyo rastro se había perdido una tarde de marzo de 1997. Carnevale trabajaba en una peluquería de la periferia de Milán y frecuentaba un bar a la hora del almuerzo próximo a la oficina donde trabajaba Mantovani, adonde éste solía también acudir. Nadie sabe por qué la policía no investigó nunca al detenido cuando su número de teléfono móvil, según reconocen ahora los investigadores, figuraba entre los papeles personales de la joven desaparecida.

El caso de Simoneta Carnevale y las otras dos víctimas habría quedado enterrado seguramente en algún archivo policial de no ser por la detención, el año pasado, de un antiguo compañero de celda de Mantovani, Carlo Fermi, el hombre que ha aportado las únicas pruebas definitivas sobre la presunta culpabilidad del preso. Fermi relató al fiscal Romanelli que Mantovani llegó dos horas tarde a la prisión un viernes de marzo de 1997. Venía sudoroso y tenía señales rojas en las muñecas. Le explicó que había discutido con unos tipos. Dos días después, siempre según la versión del arrepentido, Mantovani se presentó en el domicilio extracarcelario de éste. "Quería que le ayudara a esconder un cadáver". Fermi quedó horrorizado y le exigió que se marchara. Sólo llegó a entrever los zapatos deportivos que calzaba el cadáver. Mantovani le contaría más tarde que se había deshecho del cuerpo enterrándolo en un campo cerca de la localidad de Piacenza (centro-norte de Italia). Tiempo después, el mismo Fermi confiesa haber reconocido la fotografía de Simona Carnevale, difundida por el programa que investiga casos de desaparecidos Chi l"ha visto. "Vi la cara y me dije: ¿de qué conozco yo a esta chica? Entonces me di cuenta de que la había visto en un bar con Mantovani". "Lo que me impresionó", declara el preso, "fue que en el programa se decía que había sido vista por última vez en un coche amarillo, y Mantovani, en aquella etapa, tenía un Y-10 amarillo". Demasiadas casualidades, según el fiscal Romanelli.

La familia de Simona espera angustiada a que las investigaciones concluyan. El padre, Giuseppe Carnevale, un obrero de 49 años, temía desde hace tiempo que el misterio de la desaparición de su hija terminará muy mal. "No podía haberse marchado así, sin más, sin una razón, sin una palabra", declaraba el martes a la prensa.

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