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Calor humano

JUSTO NAVARRO He oído que hay investigaciones en laboratorios militares de Nuevo México o Ucrania o la provincia de Guangdong para construir fenomenales carros de combate y bombarderos invisibles, prodigiosamente inaprehensibles aunque sin munición pesen 999.999 kilos: la altísima tecnología borra lo evidente y volatiliza la materia más rotunda y pesada. Ya se han descubierto embarcaciones que se confunden con las olas, y el radar sólo capta oleaje, y no existe el barco, sólo movimientos marinos, inofensiva naturaleza: en talleres clandestinos de Marruecos los artesanos fabrican pateras tan insignificantes que el radar sólo percibe la ola que las arrastra. El flujo de pateras está perfeccionando la industria de la vigilancia y el radar. Es inadmisible que el ejército de indocumentados burle las redes de la ciencia occidental aplicada a la defensa contra el enemigo. El último adelanto militar-policiaco son las cámaras térmicas: captan a distancia el calor humano de una patera; cuentan las fuentes de calor, 10, 15, 30 personas. Imagino que, si se le pide precisión a la máquina inteligente, dará la edad, la salud, la tensión arterial de cada individuo. Llegan los viajeros a Algeciras y el policía les entrega un diagnóstico médico, un zumo de piña y una tabla de recomendaciones para cuidar la salud y mejorar la calidad de vida y fuga cuando vuelvan a Tánger. El control de las fronteras euroafricanas parece llamado a ser una de las mayores empresas andaluzas: los tres grandes negocios de Andalucía explotan el mundo aventurero de la navegación. Estoy pensando en el turismo multinacional, en el contrabando de hachís y en los 25.000 millones que el Estado se propone invertir para guardar las fronteras de Europa en el Sur: ojos electrónicos que ven lo invisible, teletermómetros descubridores de que el intruso se acerca como una fiebre de consecuencias impredecibles. Las máquinas de detección del calor humano contenido en una patera mandarán sus datos a una base de Algeciras, oficina central del calor humano. Yo creía que el calor humano tenía que ver con el afecto y el abrazo, pero ha resultado ser un medio para localizar al indeseable, y aislarlo y alejarlo. El calor humano pesa en los sensores policiales más que una barca con 30 pasajeros. El máximo centinela de las fronteras, el director general de la Guardia Civil, vigila también las sutiles fronteras del lenguaje. Ha dado instrucciones para que nadie a sus órdenes utilice la expresión inmigración ilegal. -Hay que decir inmigración irregular. Sí, señor. Yo pensaba que, si la inmigración se produce fuera de las leyes sobre fronteras y extranjería, la inmigración es ilegal. ¿No suena bien? ¿No queda bien situar fuera de la ley a gente que sólo quiere trabajar y vivir mejor? Habría entonces que cambiar la ley, es decir, el mundo. No se puede, así que cambiaremos las palabras. Inmigrantes irregulares. (Antes llegaban de Marruecos los Regulares, tropas españolas de África que ocupaban los pueblos españoles.) Es más delicado decir irregular. Consuela saber que los fuertes son inexorablemente delicados.

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