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ENFRENTAMIENTO EN CACHEMIRA

Entre las armas cortas y la bomba atómica

Los viejos enemigos reavivan las guerras de antaño, ahora con armaas de destrucción masiva en sus arsenales

India y Pakistán llevan encerrados en el O.K. Corral desde la independencia, en 1947, cuando la partición entre un Pakistan exclusivamente musulmán y una India esencialmente hindú provocó un baño de sangre con cientos de miles de muertos de una y otra religión, hasta entonces súbditos británicos que se vieron forzados de la noche a la mañana a elegir y murieron salvajemente asesinados mientras se decidían o iban camino de su nuevo país. Cachemira quedó en un primer momento fuera de la partición, pero las presiones del primer ministro indio Jawaharlal Nehru fueron insoportables para un maharajá hindú que optó por sumar su feudo a la unión India, en contra de los deseos de una población musulmana que quería o bien la independencia o su integración en el País de los Puros que Alí Jinnah había arrancado a los británicos para los musulmanes.Pakistán se fue inmediatamente a la guerra por ese territorio de 223.000 kilómetros cuadrados (casi la mitad de España), que por su fe le pertenecía y Nehru respondió con las mismas armas. Hindúes y musulmanes estuvieron matándose hasta el 1 de enero de 1949, fecha en la que un alto el fuego impuesto por Naciones Unidas dividió a Cachemira en dos por la línea del frente, llamada luego con optimismo "línea de control": un tercio para Pakistán y dos tercios para India. Desde entonces, el Gobierno de Nueva Delhi se refiere a la parte paquistaní como "la Cachemira ocupada por Pakistán", muletilla que tiene su exacta contrapartida al otro lado de la frontera. El alto el fuego se fraguó con el compromiso de celebrar un referéndum de autodeterminación que India rechaza de plano.

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El resentimiento por Cachemira estalla durante dos semanas de guerra abierta en septiembre de 1965, la segunda que libraron ambos países por el territorio a las faldas del Himalaya. Una tercera guerra relámpago indo-paquistaní apenas tuvo consecuencias en la frontera occidental de los dos países, pero Pakistán perdió su parte oriental, donde nació Bangladesh.

Desde entonces, Pakistán sigue hostigando a su viejo enemigo a partir de 1990, en una guerra de armas cortas realizada por islamistas extremistas bregados en Afganistán, ansiosos por entregar a Pakistán el territorio que le fuera robado en la hora de su nacimiento. Nueva Delhi protesta vehementemente contra esta injerencia de su vecino, que apoya cuanto puede con su artillería las incursiones de los militantes y reconoce que les presta apoyo logístico sólo en la retaguardia. El Gobierno de Islamabad mantiene así una constante sangría en el flanco indio, que se ve obligado a mantener en Cachemira nutridas guarniciones militares que asisten, impotentes, a la limpieza religiosa que los militantes perpetran asiduamente con ametrallamientos, degollinas e incendios de los cada vez menos hindúes que no quieren o no pueden marcharse. Esta guerra de baja intensidad ha costado unas 25.000 vidas, de ellas unas 1.800 de soldados, cifra de bajas castrenses superior a las habidas en la guerra de 1971.

El empleo de aviones y helicópteros, lo que nunca hasta ahora había ocurrido fuera de las guerras abiertas entre los viejos enemigos, marca una escalada en el conflicto entre dos Gobiernos que atraviesan momentos incómodos. El indio, del nacionalista hindú Atal Behari Vajpayee, es un Gobierno que llegó hace 14 meses al poder con la promesa de resolver el conflicto cachemir. En mayo del año pasado, tras probar cinco bombas nucleares, Nueva Delhi miró a Islamabad y le pidió que renunciara a su "política anti India, especialmente en lo relativo a Cachemira". El Gobierno de Nawaz Sharif replicó entonces con seis explosiones y ahora, entre crecientes protestas por un autoritarismo que quiere cerrar periódicos y detiene periodistas, se frota las manos al ver a Vajpayee débil, derrotado en una moción de confianza y presidiendo un Ejecutivo en funciones. Una situación de doble filo, porque Vajpayee puede sentirse tentado a tomar medidas populistas ante las elecciones legislativas del próximo otoño. Nadie cree en un conflicto nuclear, pero Pakistán muy probablemente aprovechará la amenaza del estallido atómico para introducir una mediación internacional en Cachemira y abrir otro difícil frente diplomático a su enemigo.

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