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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

20 años de espionaje

DURANTE DOS décadas, China ha logrado hacerse con algunos de los principales secretos militares de EE UU. Tras conocerse el contenido del informe de la Comisión Cox de la Cámara de Representantes, lo más preocupante, incluso increíble, no es que los chinos espiaran, ni siquiera que tuvieran éxito en esta operación, sino que el presidente de la mayor potencia mundial, Bill Clinton, en la Casa Blanca desde 1993, no fuera informado de ello hasta 1997. Es un enorme fracaso del contraespionaje norteamericano. Mayor en duración, aunque probablemente no en sus efectos, que el de los secretos nucleares que pasaron a Moscú al principio de la guerra fría.El informe, limpiado de algunas informaciones delicadas, consta de 700 páginas que explican la facilidad con que China pudo hacerse con datos sobre siete tipos de cabezas nucleares desplegadas por EE UU en los ochenta, incluida la miniaturizada W-88, secretos de fabricación de la bomba de neutrones, o de cohetes -China anunció ayer que este año podría poner en el espacio a una persona-, comunicaciones y satélites, o tecnología electromagnética de creciente importancia militar. Lo ocurrido puede responder también en parte al creciente espionaje industrial mundial y a la ruptura de los límites tradicionales entre la industria civil y la militar. Por ello sería inútil intentar tapar este agujero negando a China la venta de ordenadores avanzados.

A pesar de que se conocían algunos aspectos de este caso, el alcance del espionaje chino ha conmocionado a un país cuya aplastante superioridad militar descansa en sus posibilidades logísticas y en sus ventajas tecnológicas. Ahora bien, es improbable que incluso con estos secretos en la mano China pueda considerarse en un futuro más o menos previsible a la par con EE UU en términos militares. Pero cuando la proliferación nuclear conoce un nuevo rebrote, como demuestra la carrera de India y Pakistán, es preocupante que este tipo de secretos militares puedan acabar cayendo en manos de países o grupos fanáticos con menos sentido de la responsabilidad que China, o que ésta acabe utilizándolos para situarse en una posición militar insoportable para sus vecinos. La moderada reacción de la Administración de Clinton refleja que una relación constructiva con China sigue siendo una de sus prioridades. Y así debe ser.

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