Ciencia y elecciones universitarias
En un reciente reportaje (EL PAÍS, 4-5-99 ) se analizaba la calidad de las grandes universidades británicas a través de la crítica realizada por un eminente profesor. Críticas y comparaciones pivotaban alrededor de la investigación y de la productividad científica de los profesores porque, mientras no cambien las cosas, la investigación es el más evidente marchamo de calidad universitaria. Con frecuencia se asocia la Universidad exclusivamente a los estudiantes, a los títulos y las profesiones, por lo que de vez en cuando también conviene poner el centro de gravedad en el espacio científico.Lo fundamental de esta institución es que se encuadra en la vanguardia del conocimiento; por esa razón fabrica y transmite actitudes creativas y de renovación. Esta definición es válida no sólo para un escaso número de universidades extranjeras de las consideradas de élite, sino para todas, incluidas las nuestras. Aunque en las universidades españolas muchísimos grupos y departamentos están a la altura y realizan la misma función que sus mejores colegas de fuera, también tenemos universidades, que parecen estar envejeciendo, movidas más por inercias corporativas que por un diseño estratégico. Afortunadamente, las tendencias corporativas de los grupos científicos de la Universidad no conducen a un resultado aberrante porque, se quiera o no, están siendo moduladas por las fuerzas que operan en la comunidad científica internacional, pero es un despilfarro (y una frustración para los mejores profesores) que sea la inercia el único impulso.
La investigación requiere, además de esfuerzo y talento (buen equipaje en cualquier oficio), capacidad creativa y rigor metodológico. Necesita un proceso educativo largo que implica conocer diferentes centros y someterse a la crítica de colegas que a veces son evaluadores y otras evaluados. También hay que convencer de que lo que se hace tiene interés, porque hay que ganarse la financiación. Todo esto requiere tener tiempo. Un programa de política universitaria ha de ser consciente de ello y abordarlo como una variable estratégica.
Para que se puedan vertebrar equipos de investigación, es precisa cierta estructura de personal científico en la que son tan importantes los muy expertos como los muy noveles. Esto demanda pirámides generacionales adecuadas y relevos oportunos. También el personal técnico de apoyo tiene una insustituible función. Las políticas universitarias deben configurar diseños de plantillas sensibles a estas necesidades de la función investigadora.
Las buenas universidades disponen de apoyo en centros generales donde se concentran medios e instrumentos singulares costosos. Estos centros no sólo están al servicio de la investigación interna, sino también al de usuarios externos, lo que supone un valor añadido a la presencia local de una buena universidad. Estos centros han de potenciarse y su funcionamiento debe ser periódicamente evaluado.
Incluso económicamente, a una universidad le interesa que sus profesores realicen investigaciones de calidad. Este parámetro es ponderable con facilidad, lo que permite que la autoridad académica articule estrategias discriminativas que estimulen y reconozcan los logros. Esta política sería muy convincente, sobre todo si se presentasen periódicamente resultados de forma comprensible y sintética.
Es perfectamente viable actuar sobre los aspectos señalados para progresar en un modelo de universidad donde la componente científica ocupe un papel importante. No sólo es viable, sino que algunas universidades ya lo están haciendo. Aunque todo candidato a rector está retóricamente de acuerdo sobre la componente científica, los programas electorales deben pronunciarse al respecto con propuestas concretas y evaluables. Y así se podrá analizar, al cabo del tiempo de mandato, la derivada de su actuación.
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