Ramón Rubial
Me gusta más oír que hablar. Y, sobre todo, escuchar a las personas mayores, que nos pueden transmitir su experiencia de años de lucha, para conocer cómo han llegado a compatibilizar sus convicciones más profundas con la tolerancia.Al salir de la cárcel, una de las cosas con las que identificaba la libertad era con poder estar con personas que habían vivido en democracia anteriormente y poder aprender algo de sus ricas experiencias. Soñaba con estar con Koldo Mitxelena, Astigarrabía, Caro Baroja, etcétera. En algunos casos lo logré. No en todos.
Una de las personas que más podía enseñar a la generación que emprendíamos el camino de la transición democrática era precisamente Ramón Rubial. Entre otras causas, porque había conocido huelgas revolucionarias, la llegada de la República, el levantamiento del 34, la guerra civil y veinte años de cárceles franquistas para llegar a ser presidente del Consejo General Vasco al comienzo de la democracia. Pero, a pesar de las horas que pasé con él en el Senado, nunca logré que se explayara hablando de esos temas. Siempre había cuestiones mucho más importantes que estaban ocurriendo en el momento presente. Como, sin duda, era así desde su perspectiva.
Pero el hecho de que no tuviera mucho interés en charlar sobre sus pasadas experiencias no quiere decir que no tuviera siempre muy presentes las lecciones que había extraído de ellas.
Si uno compara la historia del socialismo español de la democracia actual con la de otros periodos, el de la República, por ejemplo, puede constatar que el PSOE fue el partido que más lecciones aprendió de su experiencia republicana.
El PSOE, sin duda, ha incurrido en algunos errores durante estos últimos veinte años. Pero no ha cometido ninguno de los que tuvo en periodos anteriores, que, unidos a los errores de otros, provocaron la guerra civil.
Esta actitud habrá podido llevar a ser excesivamente comprensivo con el adversario, a entender demasiado bien las dificultades de unos para asumir la democracia con todas las consecuencias, a respetar los símbolos ajenos hasta casi hacer dejación de los propios, todo en aras de la tolerancia y la democracia.
Y esto ha sido posible gracias a gente como Ramón Rubial, que estuvo todos estos años al pie del cañón, transmitiendo sus experiencias en la aplicación de las lecciones del pasado a los problemas del presente para evitar que tropezáramos en la misma piedra. Aunque eso nos llevara alguna vez a tropezar en otras piedras. Pero, en cualquier caso, fueron menos importantes.
Ésa es la mejor función de la memoria histórica viva del socialismo que fue Ramón Rubial.
Algunos, generalmente los ricos, tienen la inmensa fortuna de poder elegir entre lo bueno y lo malo. Pero a otra pobre gente, entre la que me incluyo, generalmente no nos dejan escoger más que entre lo malo y lo peor. Y Ramón Rubial, estos veinte años que le he conocido, ha sido un maestro en evitar siempre lo peor. Cosa que le agradecerán las generaciones futuras, nacidas en democracia y que han descubierto lo que es vivir en un país con derechos sociales.
Nadie podrá llenar el vacío que deja la desaparición de su palabra pulcra y ceñida, cerrando los mítines, que servía para recordarnos a todos que el socialismo es un viejo ideal por el que la mejor gente ha entregado lo mejor de sí misma.
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