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Testigo a 90 pies

Como desde una atalaya en las nubes. Así pudo observar el gallego Benito Pérez el 25 de mayo de 1938 uno de los acontecimientos más trágicos de la historia de Alicante: el bombardeo del Mercado Central, que causó centenares de muertes entre la población civil. Pérez tenía entonces 22 años y era piloto en el Ejército de la Segunda República. Aquella mañana había salido del aeródromo de Rabasa a instruir a un alumno en las técnicas del vuelo sin visibilidad. Cuando intentó aterrizar vio una señal que se lo prohibía. Volvió a Alicante y, al sobrevolar el castillo de San Fernado a unos 90 pies de altura (300 metros), vio la explosión. Desde el aire, la destrucción del Mercado Central de Alicante fue un fogonazo seguido de una aséptica e inmensa polvareda. Pero ese paraguas de humo cubría la locura de los cuerpos trinchados por la metralla, los cadáveres enterrados bajo los cascotes, los edificios en llamas, las terribles mutilaciones, los lamentos de los heridos. Pérez levantó la vista y divisó a los culpables a su izquierda: tres bombarderos italianos Saboya que, a 600 metros de altura, giraron para abandonar la ciudad por L"Albufereta y regresar a su base en Baleares. Muchas veces la historia sólo puede reconstruirse a partir de testimonios. El oficial retirado Benito Pérez y el cronista de Alicante, Enrique Cerdán Tato, se pasaban mutuamente datos sobre lo ocurrido aquel día durante el programa Alicante Hoy por Hoy de la cadena SER, en la que ambos participaron. El periodista Vicente Hipólito recordaba que se barajan las cifras de nueve aviones que lanzaron 90 bombas. Cerdán Tato citaba varios documentos para situar la cifra de víctimas mortales entre 250 y 313. Pero Benito Pérez no es historiador y ayer sólo podía contar lo que vio tal día como hoy hace 61 años, subido a una avioneta González Gil sin armamento, antes de huir en dirección contraria a los bombarderos italianos. "Cuántas bombas cayeron no lo puedo decir, porque comprenderá que no las pude contar. Y respecto al número de aviones, yo sólo vi aquella patrulla de tres Saboya que se alejaba, aunque creo que si hubieran sido nueve, el radio de destrucción se habría ensanchado en unos 300 o 400 metros", valoró. Al llegar a la base de Rabasa, Benito Pérez informó al comandante de lo sucedido. Finalizado su turno, bajó en autobús con sus compañeros hacia la calle de San Fernando, donde estaba el pabellón en que se alojaban. Al llegar a la altura de la plaza de toros, Pérez sugirió que se dispersaran, pues la población de Alicante hacía tiempo que les acusaba de no hacer nada y de dejarles indefensos ante los bombardeos. "Claro que no hacíamos nada, pero porque no podíamos hacer nada", se excusó Pérez. "En Rabasa no había ni un solo avión con armamento", continuó, "y la ciudad estaba totalmente desprotegida porque sólo había una batería antiaérea en las lomas de Juan XXIII". En el aire quedaron de nuevo las zonas sombrías de aquel aciago día que ningún testimonio ha conseguido iluminar. ¿Quién estuvo al mando de la operación? ¿Por qué se bombardeó un mercado en vez de objetivos militares? ¿Por qué se atacó a las once de la mañana, cuando la plaza se hallaba en plena actividad? ¿Fue una casualidad que ese mismo día entraran sardinas en el mercado, lo que provocó una afluencia masiva de compradores? Una comisión británica que estudió el caso concluyó que se trató de "una acción deliberada contra la población civil". Ante estas preguntas, Pérez sólo puede argumentar lo que él vio cuando, con la gorra de plato y los galones de la chaqueta de aviador ocultos, bajó del autobús y bordeó el gentío para ir a recoger a su novia, hoy su mujer. A la entrada de la calle de San Vicente, frente a una tienda de comestibles llamada La Uva, un basurero y una mula yacían muertos junto al carro destrozado. "No mires", le recomendó a su novia mientras se alejaban del caos que no se veía desde el aire, pero a ras de suelo era dolorosamente patente.

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