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Una inauguración poco afortunada

Aunque ya se daba por cierta la derrota del Alavés frente al Barcelona en el campo de Mendizorroza, los alaveses no se quedaron sin celebración en la noche del sábado: cerca de 10.000 personas acudieron a las diez de la noche a la inauguración del pabellón cubierto más grande Euskadi, el Araba Arena, en el otro extremo de la ciudad. El triunfo futbolístico de la noche se quedó para los jugadores y afición del Barcelona, pero los ciudadanos que acudieron hasta el Araba Arena (poco agraciada denominación de resonancias deportivas estadounidenses) pudieron disfrutar de un intenso espectáculo de música, luz y pirotécnica, presupuestado en 30 millones de pesetas. La noche sólo se amargaba por la derrota del Alavés que ocurría al mismo tiempo que se desarrollaba el evento. Ante tamaño despliegue para la inauguración, es comprensible que la demanda de entradas superara a la oferta, por lo que, ya días antes del evento, se habían agotado las localidades para disfrutar de un espectáculo de cifras increíbles: 200.000 vatios de luz y 40.000 de sonido, cientos de focos -que colocaron en la cúpula un par de grúas de 30 metros de altura-, 1.200 kilos de material pirotécnico y más de 500 figurantes sobre la pista que dieron vida a un montaje plagado de metáforas. Para empezar, y para sobrevellevar la denominación con ecos a los estadios estadounidenses, un Agur jaunak y un aurresku con los que se saludó a las autoridades, con el lehendakari Juan José Ibarretxe y el diputado general Félix Ormazabal a la cabeza. Gritos y danzas Era el pistoletazo de salida para una coreografía que recreaba la historia del Araba Arena en forma de caserío que despierta al oír el sonido de un irrrintzi. Con el clásico grito vasco, llegó la irrupción en medio del escenario de figurantes que danzaban al ritmo de la obertura de Lezao, acompañados de los juegos de cientos de focos que realzaban en luces y sombras sus pasos. Medio centenar de acróbatas, patinadores, portaestandartes, zancudos y lanzafuegos se movían por la pista, con esa seguridad que da el haber participado en espectáculos de esta envergadura, como la inauguración de distintos pabellones de la Expo "92. Los siguientes protagonistas fueron las corales Araba y Samaniego, formadas por alrededor de 300 niños, que interpretaron el himno del Araba Arena, compuesto por el músico vitoriano Tomás San Miguel. Ya quedaba menos para el final, que mantuvo el gusto por las metáforas con la reproducción sobre el suelo del pabellón del Gernika de Picasso, a la que siguió una coreografía basada en el Haika mutil, de Mikel Laboa. Tanta metáfora tenía que tener sus riesgos, sobre todo en día tan señalado, y así los fuegos artificiales con los que concluía el espectáculo coincidían con el final del partido y la victoria del Barcelona en Mendizorroza. Un no deseado colofón.

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