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El placer de lo minúsculo

JOSÉ LUIS MERINO La exposición en la galería Windsor del joven pintor guipuzcoano, afincado en Bilbao, Eduardo López, lleva por título El orador Bluff. El artista toma como referencia la película de cuatro minutos de duración que rodaron, en Madrid, Ernesto Giménez Caballero, como realizador, Ricardo Urgoiti, en el apartado técnico, y Ramón Gómez de la Serna, en plan actor. Sobre ese trío comiquero de final de los años veinte, Edu López vierte sus anhelos creativos: "Yo quiero recoger un poco el aliento aquel de la vanguardia, su ánimo indiscutible, siempre desde un punto de vista actual, escapándome de la nostalgia o el noño añoro; defendiéndome de lo inclemente, quizá de un tiempo que tiende a la disolvencia, gracias al arropo que supone la defensa de lo personal. Yo miro al mundo a través de mis propias lentes, ya sean estas un poco perversas algunas veces y otras no tanto; y así lo cuento, y eso es lo que defiendo". Antes de iniciarse como pintor, Edu López empezó escribiendo poemas. Acabó la carrera de Bellas Artes y seguía con la escritura. Los escritores han sido sus guías como pintor. La colección de escritores a los que admira es extensa y varia. Sin embargo, dos son los que parecen perfilarse como lentes primordiales: Raymond Roussel y Ramón Gómez de la Serna. Sobre los mundos rozados de surrealidad de estos escritores, Edu López construye una realidad cautivada por lo nuevo, lo extraño y, a veces, lo atrabiliario. Su realidad le lleva a adquirir un placer supremo por lo minúsculo, por el choque de juntar lo condensado y lo efímero. Por eso sus cuadros de pequeño formato se diría que son algo así como greguerías pictóricas. El sustento plástico de este pintor lo encontramos en esos pequeños cuadros. En un pared se presentan cuarenta o cincuenta obritas. Cada una tiene su vida; pero esa vida toma más cuerpo, y vida, gracias al juego de relaciones entre unas obras y otras. En cada obra hay un Eduardo López distinto. Vistas todas esas obras pequeñas en conjunto, empezamos a comprender las intenciones del artista. Pone de relieve su atracción por el juego de las antípodas. Nos propone cada cuadro como foco único de mirada, para que el cuadrito próximo posea su otro foco único, y así sucesivamente. Busca los contrastes. Hace un recorrido por los ismos de la pintura. No se olvida de la escritura, poniendo textos en las obras; e incluso algunas palabras son mera pintura. Este artista se realiza como pintor mientras va transformándose en tanto pinta obras de muy diferente estilo. Es decir, no cree estar completo hasta que no pasa a otra obra, y luego a otra y a otra, en un permanente continuo. Pero no deja de percibirse un atisbo relativamente ventajista, ya que el hecho de juntar obras de diferente factura y calidad, permite que unas obras resulten mejores que otras, justamente por la acción de compararlas. No debemos obviar un dato irrefutable como es el que las obras menos buenas están ahí cantando sus insuficiencias. A pesar de ello, en ese río revuelto de obras mostradas en tropel, las obras no logradas acaban por tomar el papel de bocetos tanteísticos conducentes al logro feliz de las mejores obras. Disquisiciones a un lado, estamos ante un artista con una imaginación volcánica, una imaginación fertilísima. Prolífero autor, aunque sea de aliento corto. Campeón de lo liliputiense, breve y mínimo. Gregueriano de la forma-color. En sus obras corre el humor, la ironía, pedacitos de la historia del arte, las relacions del hombre con las cosas y con la muerte, esa muerte que a toda costa se evita, pero que es inevitable.

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