Desafío social
EL SINDICATO Español de Pilotos de Líneas Aéreas (SEPLA) ha abusado tanto del derecho de huelga que ya nadie cree que lo ejerza por limpios y legítimos motivos laborales, sino por oscuros e insolidarios intereses corporativos. Su enésimo amago de huelga, que sigue a la nueva ruptura, el viernes pasado, de las negociaciones de su particular convenio colectivo en Iberia, adquiere la categoría de un preocupante desafío social. ¿O no lo es amenazar, como han hecho, con dejar de volar en verano e incluso hasta fin de año si en una semana no se firma el convenio en los términos que ellos quieren? Aunque fuera un farol, tal actitud evidencia el endiosamiento de un colectivo privilegiado al que parece importarle muy poco el carácter de servicio esencial en el que trabaja, del que depende la libertad de movimiento de millones de ciudadanos, sobre todo en épocas de desplazamientos masivos, y que afecta a un sector estratégico como el turismo.Es posible que a los pilotos de Iberia no les preocupe la pésima imagen social que se han creado a pulso ni el hartazgo ciudadano ante sus incomprensibles demandas, como la de que el ministro de Industria negocie directamente con ellos. Los colectivos laborales negocian con las direcciones de sus empresas, y sólo desde una inusitada prepotencia, como es el caso, surgen exigencias como la de sentar al Gobierno al otro lado de la mesa. Pero los ciudadanos estamos hartos de que los pilotos nos tomen como rehenes, desprecien nuestros derechos y nos utilicen como conejillos de Indias en la defensa de sus privilegios. Por eso somos los usuarios los que pedimos que intervenga el Gobierno, pero precisamente para pararles los pies a los pilotos, no para que negocie con ellos el convenio. Y es que el conflicto supera ya el ámbito laboral: es un problema que afecta, éste sí, al interés general.
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