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War game: algunas reflexiones

Llevamos ya cincuenta y tantos días de guerra en los Balcanes, y los llamados lacónica y eufemísticamente, efectos colaterales se han llevado por delante ya demasiadas vidas humanas inocentes. El único delito fue estar en el lugar del error en ese instante. Las denominadas bombas inteligentes parecen ser manejadas, por pilotos poco hábiles, faltos de experiencia o poco arriesgados -como insinuaba hace unas semanas el ministro Matutes- y los planes de ataque están trazados con "mapas no actualizados", según lo dicho para justificar el error del bombardeo a la embajada China en Belgrado. En esta guerra de los Balcanes está cayendo el mito de la perfección y precisión técnica, creado por la ideología militarista durante decenios. Los últimos productos de la tecnología armamentista no han conseguido claramente los objetivos perseguidos y la tan cacareada presunción de eficacia de los satélites militares norteamericanos, capaces de fotografiar la matrícula de un coche en marcha en las calles de Santiago de Cuba no ha sido tal. Los errores además de graves son excesivos. Hasta un escritor, partisano furibundo de la legitimidad de la guerra, reconoce abiertamente: "Es difícil de vender la necesidad de la intervención de la OTAN. Sus derroteros inciertos, sus errores y sus imprevisiones son evidentes" (EL PAÍS, 14-5-99). De los errores tenemos amplia información y lamentable confirmación. Nos quedan los "derroteros inciertos" y las "imprevisiones". El tiempo irá diciendo... De momento, parece que es mayor el empeño en seguir bombardeando, a pesar de los efectos colaterales, que en activar la diplomacia. Hay una descompensación entre la continuidad de lo militar y la discontinuidad aparente en el frente diplomático. La impresión, confirmada por Clinton a su pueblo -aquí nadie dice nada- es que la guerra se encuentra en un impasse o estancamiento militar y diplomático. Esto es un signo negativo. Se echan de menos personas e iniciativas que dinamicen el frente de la paz. El señor Solana -si tiene capacidad- podría declarar unilateralmente el alto el fuego para pensar fríamente otras soluciones y analizar las primeras reacciones de Milosevic a esta iniciativa. Unos días sin bombas no arruinarían a la industria armamentística, ni tampoco le darían ninguna ventaja ni fortalecerían la posición del dictador serbio. Podrían ser unos días para dar una oportunidad a la paz. Una segunda reflexión nace de la lectura del breve, pero sugerente artículo del profesor Soler -publicado en esta tribuna- Los confines de Europa: Kosovo, en el que se refiere al libro de Alfons Cucó Els confins d"Europa. En palabras del profesor Soler: "El problema básico es que el pueblo serbio entienda que todos los pueblos son iguales y que la convivencia interétnica se asienta en la tolerancia y el respeto mutuo". El sentimiento atávico de prepotencia y superioridad serbia, atizado por Milosevic, es algo evidente. Esto no significa que el pueblo serbio sea colectivamente criminal, pero que su chovinismo es nefasto para una convivencia justa y democrática. Por eso la cuestión no estriba en crear fronteras artificiales para aislarse y protegerse los unos de los otros. El reto a largo plazo será establecer las bases de una convivencia igualitaria, capaz de integrar las diferencias y restañar los odios y heridas de esta guerra. Por eso en relación con el chovinismo serbio no es real la afirmación de Tertsch, en el citado artículo: "Cada día es más patente la quiebra de la muy cacareada unidad serbia en torno a Milosevic". Parece más acertado el juicio de Debray, en la Carta de un viajero al presidente Chirac (EL PAÍS,14-5-99): "En cuanto a la esperada desmoralización no se la crea. Mucho me temo que en Kosovo esperan a nuestras fuerzas a pie firme y no sin cierta impaciencia". Esto es cuanto menos preocupante si se produce el posible ataque terrestre. En todo caso Milosevic lo tiene crudo, pero la OTAN peor. Salirse de ese escenario va ser muy complicado. Una nota final. La guerra ya nos ha tocado de cerca. ¡Ya lo decíamos! En Cheste se encuentra un grupo de albanokosovares. Esperemos que después de las fotos, exista un plan serio y claro, a medio y largo plazo, para ocuparse de ellos. De momento los irán trasladando a otros lugares de la Península. No podemos relegar el grave problema de nostalgia y desarraigo que pesa sobre ellos, por eso la solución de desplazarles tan lejos de sus tierras no parece ser lo más prudente y acertado, en opinión de muchas organizaciones humanitarias. Tampoco debemos olvidar que, entre nosotros, se encuentran muchas víctimas de otros conflictos que penan para legalizar su situación. Por eso, sin poner en duda nuestra capacidad de acogida, no habrá que desdeñar las evoluciones del conflicto, que en algún momento puede conllevar el regreso a sus casas para reemprender sus vidas en su espacio vital y natural.

José Luis Ferrando Lada es profesor de Teología y Filosofía.

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