Ficción
No se puede entender el siglo XIX sin la novela burguesa; ni el siglo XVIII sin el pensamiento de los enciclopedistas; ni el siglo XVII sin el teatro calderoniano; ni el siglo XVI sin los romances y los madrigales. Cada época tiene su propia expresión literaria que traba la realidad y la imaginación. De este modo no se podrá entender nada del siglo XX sin el cine y el periodismo. Ambos constituyen la gran ficción que hoy nos fabricamos. En el futuro quienes deseen saber cómo éramos los mortales en este zurrado final de milenio deberán releer nuestros periódicos y explorar el almacén de nuestras imágenes. En ese material encontrarán las pasiones que nos movían y los sueños que nos alimentaban, qué calidad tenían nuestros crímenes, cómo llorábamos y reíamos porque el periodismo junto con el cine es nuestra gran fantasmagoría. El hecho de que la información sea ya planetaria, instantánea y compulsiva crea un espejo imaginario que se rompe en mil pedazos cada día. Uno de esos vidrios cae en nuestra sopa de fideos, otro nos hiere el corazón pero en ellos el mundo se descompone y crea el mejor relato de la fantasía. Si ahora mismo nosotros ya no distinguimos los cadáveres reales de los muñecos animados ni podríamos jurar si Al Capone fue un asesino real o una creación de las sombras, a nuestros futuros exploradores les serán sumamente difícil descifrar las imágenes y distinguir lo que fue cine y lo que fue información, realidad o sueños. La gran comedia humana del siglo XX son los periódicos. Ésa es nuestra naturaleza literaria. Hoy a los turistas que atraviesan las ciudades en autobús se les muestran las aceras famosas donde se rodaron escenas de películas o acaecieron tragedias que resaltaron los periódicos. Aquí el ventilador del suburbano levantó la falda de Marilyn Monroe; desde este depósito de libros dispararon a John Kennedy; en esta esquina besó Woody Allen a Diane Keaton; en este túnel murió aplastada la princesa de Gales; en esta playa se rodó el desembarco de Normandía, ¿o fue un combate real? Aquí sucedió la guerra de Yugoslavia donde los misiles inteligentes al equivocarse aceptaban la responsabilidad humana. ¿O fue todo aquello sólo una película de vaqueros del Oeste? Esta confusión es nuestra literatura. También nuestra estética, que en el futuro servirá para entender nuestro mundo, uno de cuyos iconos será el sombrero del gánster Dillinger junto a su cadáver.
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