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El dolor

Cada vez más, la modernidad tiende a considerar el dolor como un arcaismo. Y, a la vez, como algo que no merece de ningún modo la pena.Sin embargo, el dolor es algo más que una sensación provocada por alguna avería del cuerpo. Es también una emoción que cambia según el estado afectivo del paciente, el amor que reciba, la idea que posea de sí mismo y de sus expectativas. El dolor es fenómeno tan complejo y polivalente que a David le Breton le han faltado páginas para dar cuenta de sus incontables aspectos en un hermoso libro, Antropología del dolor, que acaba de publicar Seix Barral.

El dolor es todo menos inútil si se toma socialmente. Con el dolor se forjan religiones, se pagan deudas y promesas, se manifiesta la autoridad, se celebran los ritos de paso, se engrandece el heroísmo, el odio, el amor y casi todas las pasiones. Socialmente, el dolor constituye un factor o de uso múltiple e incomparable objeto de intercambio. Pero, individualmente, en el virtual ámbito solitario de cada uno, ¿tendría sentido el dolor?

Una tradición clínica nos dijo que el dolor actúa como una voz por la que el cuerpo alerta sobre algún mal presente y en evitación de algo peor. Hoy, sin embargo, familiarizados con el cáncer, sabemos que la patología más asesina puede ser completamente muda. Algunos doctores lo aprendieron mucho antes. "Para los médicos que viven en contacto con los enfermos -escribió en 1949 René Leriche en su obra Cirujía del dolor- el dolor no es más que un síntoma contingente, molesto, ruidoso, penoso, a menudo difícil de suprimir pero que habitualmente no tiene gran valor, ni para el diagnóstico, ni para el pronóstico. El número de enfermedades que revela es ínfimo, y a menudo, cuando las acompaña, no hace sino confundirnos."

Si se contempla la conducta del dolor, sus primeros indicios, sus desesperados ataques, sus oscilaciones, no es difícil tenerlo por caprichoso. Un mal asociado a la lepra es precisamente la ausencia de dolor en las extremidades, de modo que el paciente debe procurar protegerse, en ámbitos del Tercer Mundo, de ser devorado por las ratas, cuyos mordiscos no sentiría. Cuando el cáncer duele es justamente cuando ya está matando; la tuberculosis sólo hace sufrir en plena agonía y las cardiopatías son altamente sigilosas. De hecho, la mayoría de las enfermedades más graves se instalan en nosotros sin aviso y cuando el dolor sobreviene y las proclama es ya demasiado tarde. Por contra, terribles dolores del trigémino, jaquecas colosales que hacen explotar el mundo, no anuncian en proporción nada importante. Las unidades del dolor que acogen hoy muchos hospitales occidentales van tras ese fantasma que atenaza con sus grandes mandíbulas o hiende su punzada en lo más sensible. Y sin decir nada, sin referirse a otra realidad que a su explosión ególatra. En distintos casos el dolor puede exacerbarse tanto y tan prolongadamente que se convierte él mismo en enfermedad. No en estandarte de alguna patología, sino en patología pura.

¿Habría pues que acabar definitivamente con él? ? El libro de Le Breton se llama Antropología del dolor para resaltar de qué modos tan variados la identidad humana se abastece de su sustancia. Entre el individuo y el dolor no hay sólo una relación aciaga. La imperiosa necesidad de padecer existe en algunos individuos como secreta forma de legitimación, como coartada ante el fracaso, como segura compañía.

Todo depende del significado que el ser humano otorgue a su dolor privado. El dolor puede ser tanto la ocasión inesperada que arranca al sujeto de sí mismo y lo lleva a reconocer los límites del mundo como la fuente anticipada de cualquier placer. Si el gusto de vivir disminuye o se anula mientras el dolor arrecia , la existencia más voluptuosa asoma cuando su efecto disminuye y se disipa. Sería insufrible una vida sin analgésicos. Pero ¿cómo disfrutar la vida anestesiados?

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