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¿Qué comunidad internacional?

Emilio Menéndez del Valle

Un sinfín de paradojas jalonan la guerra en que nos hallamos inmersos. La primera es que debería haber terminado hace semanas. Su prolongación, contra las iniciales estimaciones de una rápida intervención que pondría coto a las barbaridades de Milosevic, está causando no ya involuntarias muertes de inocentes sino errores de bulto cuyas repercusiones pueden ir mucho más allá de los Balcanes. El más importante hasta ahora cometido es el bombardeo de la Embajada china en Belgrado. Sucede ello en un periodo en el que China y Rusia (los dos miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU opuestos a la acción de la OTAN) intentan consolidar una alianza estratégica de envergadura de carácter político-económico. Superando conflicto ideológico, disputas fronterizas y confrontaciones militares -algo que los separó durante décadas- Moscú y Pekín comenzaron en 1991 un creciente acercamiento que ha tenido dos fases clave. Una en abril de1996, en que -con el anciano Deng Xiaoping aún influyente tras las bambalinas del sistema- ambos colosos firmaron un acuerdo que establecía "una asociación entre iguales, de coordinación y confianza mutuas, de cara al sigloXXI".Tras el fallecimiento de Deng en 1997, los presidentes Yeltsin y Jiang Zemin han continuado profundizando la relación, cuya segunda fase se abrió en febrero de 1999. Una cumbre entre Yeltsin y el primer ministro chino Zhu Rongji abordó ambiciosos proyectos, como el de una central nuclear en la provincia china de Jiangsu o el de un gasoducto Siberia-China. Tan importante como el capítulo económico es el político, con el que persiguen favorecer la aparición de un mundo multipolar que haga más difícil la actuación hegemónica de EE UU en cuanto única superpotencia, al tiempo que propician la adopción de posiciones comunes en relación a Chechenia, Taiwan o la ampliación de la OTAN. De modo que ambas capitales han logrado, por primera vez, institucionalizar una relación que facilita el entendimiento comercial, político y militar. Es cierto que la sucesión de Yeltsin podría implicar algunas dificultades, pero sus sucesores no tienen por qué estar menos interesados en la cooperación con el gran vecino. También es verdad que el apoyo ruso a Pekín acerca de Taiwan o Tíbet no pasará probablemente del compromiso verbal o que China, aunque se opone a la ampliación de la OTAN, no dispone de margen de maniobra en este asunto.

Es sin embargo cierto que han conseguido un grado de cooperación nunca antes alcanzado que afecta a un territorio de 17 millones de kilómetros cuadrados y 150 millones de habitantes (Federación Rusa) y a otro, China, de nueve millones de kilómetros y... 1.500 millones de súbditos. Territorios y habitantes que comprenden una parte muy sustancial de la humanidad y del planeta. En todo esto pienso cada vez que oigo a quienes, como mucho, representan a la comunidad occidental, justificar una decisión política o una acción bélica en nombre de "la comunidad internacional". Independientemente de la justicia y justeza, en un determinado caso, de una inaplazable injerencia humanitaria, más nos valdría a los occidentales no adoptar como norma la exclusión de los órganos de Naciones Unidas, único foro -a pesar de sus inconvenientes- verdaderamente universal, internacional. Para muchos tal vez resulte intragable que en Rusia nadie crea en los motivos humanitarios de la OTAN en Kosovo (hay quien está convencido de que busca establecer allí una base militar) o que para los rusos resulte inconcebible que los serbios actúen como lo están haciendo. Otros quizás estén hartos de las eternas sospechas de los chinos, que tienden a ver motivos ocultos en las intenciones de los extranjeros. Empero, una reflexión sobre lo acontecido en sus cuatro mil años de historia o sobre el hecho de que China hasta muy recientemente rehuyera todo contacto con el mundo ayudaría a entenderlos mejor. Al igual que la susceptibilidad de la práctica totalidad de los ciudadanos rusos hacia la Alianza Atlántica sería menor si no hubiera habido tanta prisa en incorporar a la misma a los Estados fronterizos con Rusia, prisas de mal agüero y que es posible comparar con el innecesariamente rápido reconocimiento de Croacia fomentado por Alemania y el Vaticano y que tantos lodos ha traído a los Balcanes.

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