LA CRÓNICA Los 70 años de la residencia ISABEL OLESTI
En la calle de Urgell, muy cerca del hospital Clínico, hay una serie de edificios de grandes ventanales y rodeados de un jardín que quedan encerrados en una manzana. Se trata de la Escuela Industrial de Barcelona, que alberga distintos institutos y escuelas pertenecientes a la Diputación. La primera impresión que tiene el visitante es la de entrar en alguno de los colegios de Oxford, aunque sólo los haya visto en las películas: jóvenes estudiantes con el libro bajo el brazo se pasean por las magníficas y bien cuidadas calles, como si aquello fuera otro mundo. Uno de estos edificios pertenece al Colegio Mayor Ramon Llull, que depende de la Universidad de Barcelona desde 1989 y que este año celebra su 70º aniversario. Para situarnos en lo que ha sido esta residencia a lo largo de la historia tenemos que hacer un salto atrás y aparecer en un chalet de Sarrià, en 1921. Allí, el poeta mallorquín Miquel Ferrà fundaba la institución y la convertía en un paraíso cultural comparable a la conocida Residencia de Estudiantes de Madrid, que hicieron famosa en su tiempo Dalí, Buñuel y García Lorca. En tiempos no muy favorables para la cultura catalana, Miquel Ferrà creó el clima adecuado para el encuentro de jóvenes poetas: Rosselló-Pòrcel, Joan Teixidor, Joan Vinyoli, Marià Manent... El propio García Lorca se encuentra entre sus visitantes. En 1929 la residencia se trasladaba a la calle de Urgell con la misma biblioteca que Ferrà había acumulado. El arquitecto Joan Rubió i Bellver reformaría la capilla y el comedor, un lujo modernista que sólo disfrutan los de la casa. En los últimos años de la República Bartomeu Rosselló-Pòrcel, siguiendo la labor de Ferrà, dirige una colección de poesía dentro de las Edicions de la Residència d"Estudiants. En plena guerra civil se publican Primer desenllaç, de Vinyoli; Versions de l"anglès, de Manent, y L"aventura fràgil, de Joan Teixidor, y aparece póstumamente Imitació del foc, de Rosselló-Pòrcel. Ahora, al rememorar los 70 años, la residencia cede la palabra a poetas y críticos para que hablen de esos otros poetas en un ciclo de conferencias que se publicarán posteriormente en el primer volumen de una nueva etapa editorial de la casa. Joan Triadú, Xavier Lloveras, Vicenç Altaió, Sam Abrams, Josep Palau i Fabre y Pere Gimferrer son los encargados de devolvernos la voz de los ausentes cada martes de este mes de mayo. El jefe de estudios y copromotor de las conferencias, Jaume Trabal, define un colegio mayor como algo más que un hotel: "Los residentes tienen la obligación de participar en actividades culturales, mientras que una residencia es sólo un albergue". Por eso los 300 estudiantes del Ramon Llull -actualmente mixto- tienen una amplia oferta para elegir: conferencias, talleres de pintura, música, literatura, teatro, conciertos... Cada residente dispone de una tarjeta y en cada acto que asiste ficha para contabilizar su participación en las actividades. Eso le valdrá para su futura readmisión, que también está condicionada por la nota de final del curso. Asistimos a una de las conferencias. La puerta de entrada al edificio está cerrada y sólo un portero, previa identificación, la abre. Son cerca de las ocho y se presume la inminente hora de la cena por el olor a potaje. Se oye un piano y las voces de los que juegan a cartas en el bar. Algunos, vestidos con chándal y zapatillas, leen tranquilamente en los sofás. Subimos a la sala de actos, que no es otra que la misma capilla modernista donde los sábados el cura imparte la misa a los que quieren. Sus paredes son de ladrillos con bajorrelieves de espigas y racimos de uva pintados, grandes vidrieras de vírgenes y santos, y al fondo, presidiendo el acto, un Cristo crucificado sin cruz. Los residentes se sientan en los bancos y el conferenciante de turno se aposenta delante del altar mayor, como dispuesto a echarnos el sermón. El marco impone, pero los estudiantes parecen estar acostumbrados y hablan, ríen y se mueven a su antojo. Al terminar la conferencia fichan rigurosamente y se van a cenar. Y otra vez el murmullo de voces se pierde por los largos pasillos del colegio.
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