Abstención
JULIO SEOANE ¿Qué opinarían ustedes de un panorama general de las autonomías con un claro predominio popular, junto con un gobierno central de tendencia socialista? Bueno, pues como dicen los pedantes, es un escenario posible, quizá no muy probable pero tampoco inverosímil. El comportamiento electoral de España ha sido bastante tranquilo y sereno durante las últimas décadas, hasta cierto punto distinto de lo que ocurre en otros países europeos, pero existen algunos indicios de que puede estar acabando este tipo de ciclo. Para empezar no hay ambiente electoral y, a estas alturas, es algo extraño. Y esto no ocurre sólo en Valencia, sino en casi todas las autonomías implicadas en estos próximos comicios. Es una especie de calma chicha que presagia o bien el inicio de campañas cortas y muy intensas, o bien un aumento considerable de abstención en las urnas con unas consecuencias imprevisibles. Nunca es fácil saber quiénes son los que se abstienen y por qué lo hacen, pero una buena parte son los que tienen una fuerte sensación subjetiva de impotencia, de que su voto cuenta tan poco que carece de la menor importancia. Otra parte importante está compuesta por conservadores, por los que piensan que las cosas están bien como están y no es necesario influir en ellas. Quedan también los enfadados, los que están tan irritados con la situación actual que deciden inhibirse y marginarse del proceso. Y existe siempre un pequeño resto de abstención por razones técnicas y burocráticas. La abstención en las elecciones autonómicas de la Comunidad Valenciana tiende a fluctuar alrededor de un 25%, que en este caso significaría algo más de ochocientas mil personas. Si aumentara significativamente esta proporción o si, por el contrario, algunos sectores de este grupo se decidieran a votar, el impacto sobre el resultado general sería muy importante. Aunque es un cálculo casi imposible, el voto de un tercio de este grupo afectaría el resultado de ocho o nueve escaños, suficiente para alterar el panorama político de la Comunidad. Al mismo tiempo, es previsible que el resultado de las autonómicas repercuta ampliamente sobre la candidatura de Borrell que, junto con una situación de liderazgo cada vez más insegura, tiene todavía un año por delante hasta las generales. No es seguro que lo resista. Y los recambios están a la vista. Pero ese año no solamente es largo para Borrell, también es largo y complicado para el gobierno central, que tendrá que enfrentarse a una situación internacional día a día más inestable, al impacto económico de una guerra muy cara, y quizá al choque dramático y psicológico del movimiento de tropas. Esto para empezar. Es evidente que son muchas variables y que configuran una situación compleja. En cualquier caso, todo suena a que está a punto de acabar el ciclo de serenidad en el comportamiento electoral de España, haciendo que las predicciones sean cada vez más difíciles. Pero si las fichas se mueven en el sentido de los comentarios anteriores, no es completamente absurdo imaginarse un escenario autonómico popular con un gobierno central socialista. De momento y a nuestro alrededor, como primer síntoma, calma chicha y un gran riesgo de abstención. Y en este momento se disparan las alarmas: Borrell dimite.
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