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Atrabiliarios y provincianos XAVIER BRU DE SALA

¿Cambiaría usted los 138 diputados del Parlament, los centenares de cargos altos y medios, las decenas de miles de funcionarios, TV-3 y todo lo que cuelga por 30 grandes capitanes de empresa con ambición, medios, capacidad innovadora y expansiva, y fuerte inversión en I+D? La pregunta es muy fuerte, la respuesta es sin duda. Incluso por dos docenas. La salida de una empresa a Bolsa equivale, en cuanto a voluntad y poder, a la botadura de una nave en las Drassanes del Rei Martí. Aquel Mediterráneo que era entonces el mundo es ahora el mar global. Sólo se recuerda, en los últimos tiempos, el empuje de CIRSA. En contraste, el canto de Ernest Lluch en La Vanguardia a los modos caducados de competir: "Empresa familiar, mutuas, cajas, miedo a crecer, miedo a redimensionarse, mucho seny, poca sangre. Todo por el ventajismo y el despacho". Al paso que vamos, Cataluña se encamina a ser un país de funcionarios, públicos o privados, y artistas, alimentados por un capitalismo inercial, prestador de servicios. Una bandera plantada en un tapón de corcho luce mucho, sobre todo si es agitada por Pujol, pero sólo navega si es arrastrada por un motor ajeno. Tiene razón Rubert de Ventós; si mañana el país se despertara independiente, se quitaría de encima su sólida vocación de surar a merced de las corrientes, hoy favorables y mañana quién sabe. Sis milions d"innocents (menys uns quants espavilats), el libro que hubiera podido escribir un conspicuo ex consejero de no haberlo hecho un misterioso J. B. Boix, nace del mismo estado de ánimo, que va prendiendo mucho más de lo que parece, incluso entre optimistas crónicos. Los fundadores del Círculo de Economía que rodeaban a Vicens Vives fueron empresarios, sus sucesores -por lo menos los que conozco- son empleados. De nación a provincia regordeta, el país se va quedando pequeño, incluso en sus aspiraciones políticas: ayudar a los vascos a ser la mosca cojonera de España. Pero debemos admitir que sólo los buenos oficios de Jordi Fernández Díaz pueden paliar el castigo de la Autónoma por el desastre de la visita de Aznar. A lo mejor resulta que lo expresado hasta aquí es el producto de mentes atrabiliarias, de esa afición al casandrismo que precede a las explosiones incontroladas de rauxa. Los que han estado en el club y luego sobreviven en la intemperie suelen ser presa de una agria reacción, un negativismo incluso mayor que el de los que siempre han vivido fuera o lejos de las posiciones de poder o privilegio. Hay que vigilarse, pues, si lo que se pretende es no caer en los márgenes de la objetividad. En consecuencia, no hubiera publicado el presente artículo, guardado en la nevera en versión más áspera durante bastantes meses, de no ser porque ahora ya empiezan a verlo igual los que están dentro, y de qué manera. Lo mínimo que te sueltan es que hay que hacer algo, que nos vamos quedando atrás, que en Madrid se lo están quedando todo. Provincianos de día, atrabiliarios de noche. ¿Puede ser cuestión de estado de ánimo, de cansancio? El peor enemigo del catalán es el tedio. El tedio que consiste en limitarse a resistir en lugar de generar nuevas dinámicas. En contraste, la propaganda oficial nos recuerda las multinacionales de bolsillo, que existen, el éxito incuestionable de las cajas y su participación en la aventura de la reconquista económica de Latinoamérica, el modelo convivencial, la calidad de vida barcelonesas, lo pronto que tendremos a punto las infraestructuras y lo mucho que ahorraremos en autopistas. El cercano paso, en fin, del ecuador entre la pobreza y la riqueza: después de andar siempre por debajo, estamos llegando a la media europea. En 20 años, Cataluña ha pasado del 92% al 97%, más o menos. Quince más y habrá llegado a la meta de la perfecta medianía. Quince más y Andalucía, por lo menos la oriental, también habrá adelantado a Cataluña. Plantarse antes de llegar al 5 no es la mejor estrategia para ganar en el siete y medio. El mininacionalismo burgués dio sus mejores años a los cuatro últimos siglos de historia catalana. El medionacionalismo mesocrático está sirviendo para generar cofoisme y autoengaño sobre lo que somos y la posición que ocupamos. Como siga aumentando la inflación, acusarán a los catalanes de retrasar el progreso de España con el veto de Pujol a la mitad del paquete liberalizador propuesto por Rato. Dejando aparte el lío de los aeropuertos, alguien tenía que proteger a los botiguers y la cuenta de resultados del gas. Que paguen otros la factura, procura el pujolismo en su faceta lobbista, que es la mejor. Bravo. Pero entonces, si pagan ellos, ¿quién manda? ¿Estamos atrapados? ¿Hay alguna alternativa a la vocación provinciana que no pase por apuntarse o ser apuntado a las filas de los atrabiliarios?

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