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Sostener la reputación

Para entender la actual guerra de los Balcanes se impone repasar con Carlos Clausewitz cuáles pueden ser los motivos que conducen a un enfrentamiento bélico como el que analizamos. Un sencillo ejercicio demostrará que, a propósito de Kosovo, los contendientes se disputan cosas bien distintas. El presidente de la Federación Yugoslava, Slobodan Milosevic, quiere garantizarse lo que queda de la integridad territorial sobre una base de superioridad étnica serbia utilizada como referencia definitiva. Por su parte, la OTAN ha puesto en juego algo tan absolutamente irrenunciable como su reputación.En el castigo al genocida Milosevic y en el regreso a sus hogares de los cientos de miles de albanokosovares deportados, la OTAN se la juega. Sólo un final con exigencia de responsabilidades a los impulsores de la limpieza étnica y con la vuelta a casa de quienes nos muestran a cada hora en los campamentos improvisados junto a la frontera sus precariedades de refugiados, puede llenar de sentido la intervención militar aérea iniciada hace más de cuarenta días por los aliados, después de todos los fracasos negociadores. Este asunto de la reputación en el que se debate la OTAN lo tiene explicado el profesor John Elliot a propósito del Conde Duque. Recuerda Elliot que la clave del arco de la política internacional del valido de Felipe IV era el sostenimiento de su reputación. Porque, según entendía Olivares, quien pierde su reputación, es decir, quien deja de beneficiarse de la opinión en que las gentes le tienen como sobresaliente en una ciencia, arte o profesión, se encamina por la pendiente del declive.

Y esa decadencia resulta irreparable, en lo que tiene de pérdida de reputación, y de ahí que Olivares se negara a reconocerla sin importarle pagar por su negativa un altísimo precio. Porque el Conde Duque estaba convencido de que, perdido ese intangible, se activaría el fulminante del desastre definitivo. De ese mismo convencimiento parten los responsables de la Alianza Atlántica. Es cierto, como repiten, que la intervención de la OTAN en Kosovo es ajena a la defensa de ventajas materiales como el petróleo, los diamantes o cualesquiera otros recursos o riquezas, siempre susceptibles de reparto flexible. Pero la apuesta de la OTAN dista de ser desinteresada y tiene elementos de inflexibilidad, porque está hecha a favor de los principios de credibilidad que la configuran. Es un envite donde se juega nada menos que su reputación ante un público muy atento que requiere permanente pedagogía. Cosa distinta es que, para hablar de declive, sea de la monarquía hispánica o de la Alianza Atlántica, deba determinarse antes dónde han residenciado esas instituciones su prestigio. En el caso de la monarquía española, tratar de su decadencia resulta inaceptable para otros académicos como los de la Universidad de Kent que consideran inidentificable el momento del auge. Pero nosotros, alejada la funesta manía de entrar en competitividad imperial alguna con los británicos, podemos adelantar sin desdoro el reconocimiento de que todos nuestros auges históricos estuvieron siempre coloreados de innegables y ostentosos declives. Incluso en los instantes de aparente máximo apogeo: España, púrpura y andrajo. En cuanto a la Alianza Atlántica, habrá que estar muy atentos a los efectos que tendrá hacia dentro de ella misma la invocación a los principios a que se ha visto obligada a propósito de su intervención en Kosovo. Ahí reside su reputación, ese intangible que se edifica con elementos de credibilidad, de opinión favorable de las gentes: esa actitud del público que predispone a prestar tributo de reconocimiento. Son cuestiones de prestigio sobre las que quienes tienen instinto de poder se muestran tan inflexibles como en las de protocolo. Tuvieron que pasar más de trescientos años para que Henry Kissinger balbuceara algunos tópicos sobre guerra de Vietnam y amaneciera la legión del pensamiento deferente, estabulada en los think-tank, acuñando la imagen de la caída sucesiva de las fichas de dominó en un vano intento de prorrogar la caducidad del castillo de naipes. Pero los deberes de sostener la reputación eran ya bien conocidos por el Conde Duque. Su compatriota el secretario general de la Alianza, Javier Solana, también está en el secreto. Ésa es su ventaja.

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