Más que un error
EL ATAQUE con misiles de la OTAN contra la Embajada de la República Popular China en Belgrado es posiblemente lo peor que le podía haber pasado a la Alianza Atlántica en el terreno político y diplomático si dejamos al margen la derrota militar. Por esa misma razón no deja de ser una simpleza tratar de buscar intencionalidad en este desgraciado accidente, que sin duda lamentan más en Bruselas y en las capitales de la Alianza que en aquellos lugares donde se intenta utilizar como un instrumento de propaganda muy útil, sobre todo allí donde no hay consenso acerca de la oportunidad de la intervención militar.A nadie debe sorprender la legítima ira de las autoridades de Pekín y de la población china -siempre escasa de información contrastada-, que ven en este desgraciado suceso una prueba más de la insensatez de una intervención que desde el principio ha merecido su reprobación. Entre otras cosas, porque la doctrina fijada en Kosovo podría ser de aplicación a Tíbet. Eso explicaría la comprensión y el apoyo de las autoridades chinas a las manifestaciones airadas en muchas ciudades que ayer mantuvieron en virtual estado de sitio a diversas embajadas y legaciones occidentales en la República Popular. Pero el Gobierno de Pekín ha expresado al propio tiempo su decisión de evitar una escalada y encauzar esta oleada de indignación popular desde el escrupuloso respeto a las convenciones internacionales.
En los países aliados que participan en los bombardeos contra Yugoslavia aumentan las voces que censuran la operación de la OTAN. Puede ser muy largo el debate en torno a la mejor forma de combatir fenómenos tan repugnantes como la limpieza étnica en Kosovo o los asesinatos, las violaciones y las deportaciones que han formado parte de la estrategia de Milosevic desde hace al menos diez años. Los medios informativos canalizan cada día ese debate. Pero, incluso después de este nuevo y lamentable incidente, resulta inadmisible el intento de equiparar los errores de la OTAN, muchas veces terribles y de difícil aceptación, con la actuación criminal de un régimen que no ha dudado en recurrir a métodos genocidas para imponerse en Kosovo.
El ataque contra la misión diplomática china en Belgrado es doblemente nefasto por tratarse de uno de los cinco miembros del Consejo de Seguridad con derecho de veto. Incorporada Rusia al lado occidental en la reunión del Grupo de los Ocho (G-8), es más necesario que nunca cortejar a Pekín para que no se oponga al plan de paz que debe ser refrendado por Naciones Unidas. De ahí que no sea éste sólo un accidente técnico como los habidos anteriormente, en los que se puede recurrir a explicaciones basadas en la ley de probabilidades. El desvío de sus objetivos de una docena de bombas entre 5.000 es grave, doloroso pero medianamente explicable. No lo es en ningún caso que los servicios de espionaje de la mayor organización militar del mundo, liderada por Estados Unidos, confundan una enorme embajada como la de la República Popular China en Belgrado con cualquier otro edificio. Descartada la intencionalidad, queda, por tanto, el cargo no menos grave de negligencia criminal, que tiene o debe tener autores conocidos. Éstos deberán responder ante sus mandos y ante la justicia si cabe. Un dispositivo técnico puede errar en algún desdichado momento. Un servicio de espionaje que merezca tal nombre no puede cometer un error de tan grueso calibre y del que se derivan consecuencias tan fatales.
El ataque a la Embajada china es una tragedia para las víctimas ante todo, que se suman a los centenares de miles de víctimas de este conflicto que, hay que recordar, no inició la Alianza Atlántica. Pero es también una tragedia inmensa para las relaciones internacionales y para la confianza mutua entre países que están condenados a entenderse si queremos abrir el siglo XXI con perspectivas de crear un orden común de seguridad, estabilidad y convivencia. Por eso es una prioridad máxima no ya convencer a Pekín de la obviedad de que el ataque no era intencionado, sino de que es imprescindible su concurso en el Consejo de Seguridad para que la ONU haga suyas las propuestas del G-8 para imponer la paz en Kosovo y evitar que esta guerra siga produciendo víctimas como las de su embajada en Belgrado o como los albanokosovares expulsados de su tierra. China es un gran Estado y es de esperar que su larga visión histórica se imponga una vez más frente a la tentación de tomar represalias contra los autores del ataque.
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