_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

LA CRÓNICA El humo de Les Planes XAVIER MORET

El túnel de Vallvidrera ha situado la comarca del Vallès a tiro de piedra de Barcelona. Se pasa, en contados minutos, de la ciudad al bosque, de un entorno cien por cien urbano a los pinos y encinas de la sierra de Collserola. Los conductores que circulan por esta autopista suelen hacerlo muy de prisa, sin apenas fijarse en el paisaje, con la mirada fija en el asfalto y maldiciendo la pausa obligatoria del elevado peaje, pero los domingos al mediodía se produce un fenómeno especial que amenaza con distraerles: el humo de Les Planes. El extraño fenómeno nace justo debajo de la autopista, que en este tramo discurre sobre altos pilones de hormigón. Se huele -un intenso olor a carne a la brasa-, pero no se ve y el conductor que lo detecta tiene por un momento la sensación de que el mundo está dividido en pisos, como en los grandes almacenes. Primera planta: autopista, velocidad, prisas; planta baja, merenderos, humo, comida popular, jolgorio. Cuando se construyó la autopista, en los primeros noventa, fueron muchos los que profetizaron que aquello sería el fin de Les Planes. La profecía tenía una buena base, ya que el primer proyecto preveía que el área de peaje ocupara el espacio de los merenderos. Al final, sin embargo, el peaje se adelantó hasta La Floresta y la autopista sobrevoló los merenderos de tal modo que uno de ellos, el de Les Fonts de Les Planes, queda justo debajo del asfalto. El resultado no es muy estético, la verdad, pero hay quien ha sabido encontrarle el aspecto positivo: la autopista ejerce de techo, con lo que Les Planes ha pasado a ser uno de los primeros merenderos cubiertos. O sea, un adelantado a su tiempo, más o menos como el estadio del Ajax, donde la lluvia y la nieve no son ya motivo para el desánimo. Si el atribulado conductor de autopista consigue burlar las prisas y bajar al nivel inferior de realidad, comprobará dos cosas: que el humo es allí mucho más denso y que en los merenderos la vida sigue igual que antes. Hay muchos más coches aparcados, eso sí, lo que se traduce en una reducción de espacio para el tradicional partidillo de fútbol, pero las parrillas siguen rindiendo a tope. El ambiente es muy propio del fin de siglo, multiétnico, y aunque la mayoría opta por la carne a la brasa -el resultado es rápido y el humo espeso y de excelente calidad-, todavía hay algún valiente que se atreve con la paella. El alquiler de mesa se sitúa en las 600 pesetas y el de parrilla en 400. Si añadimos un fajo de leña (400 pesetas) y un par de pastillas para encender el fuego (50 pesetas), tenemos que por 1.450 pesetas el dominguero de vocación dispone de un buen punto de partida para pasar un día inolvidable en Les Planes. El ambiente es bueno: no faltan, además del humo característico, los clásicos transistores a todo volumen, el niño que llora, las canciones a coro y un par de futbolines. Hay incluso niños que se atreven a darle al balón en vivo y en directo, aunque se debe admitir que la generación Gameboy va ganando terreno. Es cierto que una de las atracciones del periodo preautopista -el jabalí enjaulado, capturado cerca de los merenderos- ya no está, pero se supone que es una concesión al siglo XXI. Otra concesión es la del comedor cubierto -doblemente cubierto, por el tejado y por la autopista-, aislado por los cristales del humo y de los gritos. La especialidad sigue siendo la paella y la carne a la brasa, con dosis generosas de all i oli, aunque aquí te sirven en la mesa y no hay que practicar la autococina ni pelearse con el humo. Los precios están en pesetas y en euros, lo que indica que estamos a un nivel intermedio entre la autopista y el sector humo. Cuando se inauguró la estación de Les Planes, el 28 de noviembre de 1916, los barceloneses descubrieron que el tren de Sarrià ponía a su alcance los bosques de Vallvidrera, un lugar ideal para pasar un domingo de pic-nic. Entonces se llevaban la calma y los manteles de hilo sobre la hierba; ahora vivimos tiempo de prisas, y de sillas y mesas plegables. El prestigio de Les Planes llegó a ser tal que se conservan fotos de una visita del rey Alfonso XIII allá por los años veinte. Los tiempos han cambiado, sin duda, ya que pocas probabilidades hay ahora de encontrar sangre real en los merenderos de Les Planes. La velocidad y las prisas han contribuido a la evolución de los merenderos. Si en 1916 el tren descubrió la cercanía y el encanto de los bosques de Vallvidrera, 80 años después la autopista ha aprendido a ignorar los merenderos, a sobrevolarlos. El objetivo está siempre más lejos: el Vallès, la Cerdanya, los Pirineos, Francia..., aunque el humo sigue delatando los merenderos de siempre. Aquí mismo.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_