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La moda de la moda

El profesor Jorge Lozano, que ha dedicado media vida de estudios al desciframiento de los signos, afirma que, a estas alturas, no existe un intelectual moderno sin haber firmado un artículo sobre el fenómeno de la moda. Lo hizo repetidamente Umberto Eco, Roland Barthes, más sus variados y numerosos discípulos, pero además, desde Simmel a Bernabé Sarabia, no ha existido prácticamente un sociólogo o un psicólogo social que no se haya recreado en el mismo parque. Y no digamos ya de los periodistas, con Margarita Rivière hasta su último libro, Crónicas virtuales (Anagrama), que lleva por consternador subtítulo: "La muerte de la moda en la era de los mutantes".Dos obras más ahora, una del semiólogo ruso Yuri M. Lotman (prologada por Lozano) y otra de Hans Magnus Enzensberger, le dan otro repaso más a la naturaleza, la dinámica y los desórdenes de la moda. Enzensberger, en Zigzag (Anagrama) es, como Rivière, de aquellos que piensan que la moda ha exhalado ya su último aliento. A su juicio, "sólo algún osado optimista puede albergar la esperanza de que algún día llegarán a desaparecer la eterna chupa de cuero y el eterno vaquero". Y lo mismo cree respecto al calzado deportivo y la T-shirt o, de otra manera, sobre la parka verde oliva, la sahariana color caqui, el uniforme de camuflaje y las zapatillas de atleta, en cuanto equipo reglamentario u obligatorio de cualquier pacifista.

Enzensberger sostiene que el propósito mayor de la moda actual es no tanto resaltar lo que cada cual es socialmente como ocultarlo o disfrazarlo de la manera más contundente. Así, al funcionario de Hacienda le gustará presentar un aspecto de reventador de máquinas tragaperras, el analfabeto exhibirá una camiseta estampada con el rótulo de University of South California y los hijos de millonarios se inclinarán por las ropas de mendigos o parados. En esta danza de signos, si un empleado de banca,por ejemplo, osara vestirse de empleado de banca daría la impresión de que él se ha disfrazado.

Existe, pues, moda, aunque sea la de enmascararse. ¿Enmascararse para negar la identidad? ¿Para defenderse de la mirada clasificatoria del otro? ¿Para ensayar otra opción inventada? Yuri M. Lotman, en clave incomparablemente más formal que Enzensberger, arguye que la moda es "la encarnación de la novedad inmotivada" con lo cual todo cabe en sus confines, en cualquier momento y de cualquier manera. La no moda es también, obviamente, una moda. Lo que sienta bien pero ante todo lo que sienta mal es moda pura. Más aún, dice Lotman en Cultura y explosión (Gedisa): el público debe no entender la moda y debe, además, sentirse indignado. En ello consistirá el auténtico triunfo de la moda.

La moda es así un fenómeno de las élites y de las masas. Su lado de fenómeno de élites consiste en no ser comprendida, pero el triunfo de la moda radica en su fuerte oposición a la multitud. Más allá de un público conmocionado, la moda pierde su sentido. Sin conmoción no hay moda, la moda perdería su principal razón de ser. Por esto, sigue Lotman, el aspecto psicológico de la moda está muy vinculado al miedo a pasar inadvertido ante los demás y se nutre no ya de la seguridad personal, por claro que parezca a veces, sino de la duda sobre el propio valor.

Más allá, pues, de su carácter banal, la moda cumple la función de una terapia de amparo para la población. La moda procura auxilio socializador, acogida comunitaria, sosiego homogeneizador, tranquilidad de elecciones. Los estilos se alteran cada temporada simulando un terremoto, pero brindan secretamente la garantizada oportunidad de reconocerse en las apariencias de los demás, mediante las ediciones equivalentes de unos y otros. Y ello ¿para comunicarse mejor, para franquear barreras? No es seguro. Pero esto, la comunicación, la identificación real, importa ya menos que el juego de la escena virtual donde se comercia, se desea, se analiza o se idealiza crecientemente todo.

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