La autopista de la Mesta
Un paseo por el amplio camino que seguían los rebaños trashumantes, entre Moralzarzal y Manzanares
A la historia le agradan las simetrías: dentro de unas semanas -menos de las que parecen-, cuando el anticiclón de las Azores se instale definitivamente sobre la Península, cientos de miles de urbanitas trashumarán a sus parcelas de la sierra para pasarse el día cortando el césped, sin sospechar que hasta hace no muchos años -menos de los que parecen- cientos de miles de ovejas merinas, de la lanuda familia que trajeron a la Península los Beni Merines, eran conducidas con idéntico propósito a las sierras de Castilla y de León a través de amplios caminos que hoy están invadidos por chalés, carreteras, campos de tiro, viveros y vertederos donde van a parar las viejas segadoras de los urbanitas cuando acaba el verano.Quizá la diferencia fundamental entre ambas operaciones salida, la de antaño y la de hogaño, sea que antes el punto de partida no era un superpoblado redil de asfalto y ladrillo visto, sino las luminosas e inabarcables dehesas de Extremadura. Por el Memorial de la Ley Agraria de 1784 sabemos que, de los 2.600.000 corderos que eran sendereados cada año hasta los agostaderos o pastos de verano del norte, más de dos millones provenían de Extremadura, adonde regresaban pasado el estío. De las ocho grandes autopistas de la Mesta, cinco arrancaban de Badajoz, incluida la Cañada Real Segoviana, que partía de Granja de Torrehermosa, surcaba Toledo, bordeaba el Guadarrama por Villalba, Moralzarzal, Manzanares y Somosierra, y seguía en pos de los jugosos praderíos de las sierras de Urbión y La Demanda, en la linde de Soria, Burgos y La Rioja.
Pese a los esfuerzos de no pocos ayuntamientos serranos, que han hecho (y siguen haciendo) todo lo humanamente posible para que las anticuadas vías pecuarias no estorben su progreso -esto es, la construcción de chalés con mano de obra nativa y el consiguiente cobro de impuestos a la mansa grey de residentes veraniegos-, la Cañada Real Segoviana mantiene aún durante buena parte de su recorrido por estos municipios una fisonomía similar a la que presentaba en tiempos de la Mesta: 90 varas castellanas -o sea, 75 metros- había de tener a lo ancho, según las ordenanzas de 1273. Esto puede verificarse siguiéndola desde Moralzarzal hasta Manzanares por un paisaje casi intacto de encinares y enebrales.
Saliendo de Moralzarzal por la carretera de Cerceda (M-610), encontraremos una rotonda presidida por una mole cúbica de granito -hay otra idéntica a la entrada del pueblo, viniendo de Villalba-, cuyo objeto parece ser contrarrestar la fuerza centrífuga a que se ven sometidos los vehículos durante el giro. De aquí parte, paralela a la carretera, la calle de Guadarrama, que enseguida muere en un polígono industrial, pero que en la práctica se prolonga por un camino de tierra que lleva hacia el campo de tiro y el vertedero.
Superadas estas inevitables fealdades, el camino se une a la cañada real procedente de Villalba y, sin variar un ápice su dirección, corre por mitad de esta anchurosa vía flanqueada por fincas de ganado bravo y cotos de caza que puebla un espeso encinar. A media hora del inicio, pasaremos de largo junto al hotel Torrelaguna -a la izquierda, no lejos, se divisa el caserío de Cerceda- y poco después cruzaremos la carretera Cerceda-Colmenar (M-607). Al discurrir entre vallas, la cañada no tiene pérdida; salvo en la bifurcación que aparece un kilómetro más allá de carretera, en que deberemos tirar a la izquierda para subir a la cima del Chaparral.
Desde este cerro -buen observatorio de la Pedriza, la Cuerda Larga y la sierra de la Maliciosa-, la cañada desciende célere hacia la chopera del Samburiel, que antaño era un descansadero pastoril, cruza el río y la carretera Manzanares-Cerceda (M-608) y, por la pista que nace enfrente, sube bordeando la urbanización Peñas de las Gallinas hasta dar en el sendero GR-10 cerca del control de acceso a la Pedriza, que cae un kilómetro a la derecha.
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