España, ¿cristiana?
Una pregunta que debemos hacernos con imparcialidad. Siempre se ha dado por supuesto que España lo es, y nuestros dirigentes religiosos parten, para la práctica apostólica de afirmarlo, y exigen a los gobiernos lo que no tiene fundamento en la realidad social.Una de las cosas más confusas son las estadísticas religiosas que la Iglesia maneja para quedarse tranquila y afianzarse en su postura de privilegio. Fácilmente se identifica cristiano con persona bautizada, y con el que se casa por la Iglesia o celebra la primera comunión de sus hijos. Pero una cosa es la costumbre social y otra muy diferente quien vive el mensaje de Jesús. La diferencia en nuestro país es abismal. Y son muchos los síntomas que avalan lo que digo.
El especialista Ernst Wagemann, que estudió los Recursos y artimañas de la estadística, dice que hay que "evitar las demasiadas estadísticas, pues quien sepa apreciar por tradición científica y experiencia personal las limitaciones de las investigaciones científicas se cuidará debidamente cuando maneje". Y, ¿qué hacer?: "Un hombre con dotes estadísticas, y aun cualquier persona con sentido común, conoce a priori muchos hechos que no necesitan ratificarse mediante la información". Los números son engañosos, y hay que analizar su significado, porque "los prejuicios en la ciencia social no pueden ser borrados simplemente... refinando los métodos de tratamiento de los datos estadísticos; los datos y manejo (...) son frecuentemente más susceptibles que el pensamiento puro de ser influidos por tendencias encaminadas hacia los prejuicios", es lo que añade otro gran sociólogo, Gunnar Myrdal. Y llega a la conclusión de que "ninguna ciencia social puede ser jamás neutral o simplemente factual".
Aconsejan que es preciso observar las realidades que nos envuelven con una mirada perspicaz de buen sentido, usando toda suerte de síntomas visibles y estimaciones realistas de los hechos.
Yo me hacía estas reflexiones volviendo de una reunión con un numeroso grupo de sacerdotes y religiosos del sur de España a los que estuve hablando del futuro religioso en nuestro país.
Ya en el siglo pasado tenemos testimonios dignos de reflexión: los escritos de Blanco White, el cristiano que se apartó de nuestra Iglesia al ver lo que era en concreto, y del que ahora ha publicado una antología, con un excelente prólogo digno de reflexión, Juan Goytisolo. Y el ejemplo desilusionado del profesor Gumersindo de Azcárate ante la propaganda eclesiástica que se hizo del anti-moderno Sílabo de errores de Pío IX. O el libro del protestante Borrows, La Biblia en España, que tradujo don Manuel Azaña para que conociéramos nuestro ambiente religioso.
Y en el siglo actual los testimonios de dos sabios jesuitas, don Miguel Mir y don Julio Cejador; o los de Azaña viviendo entre los frailes de su colegio; o la novela de Pérez de Ayala contando lo que vivió en tiempos de estudiante, que ha sabido glosar inteligentemente el profesor Andrés Amorós. Y no será menor testimonio del retrogradismo religioso español la lectura del catecismo del jesuita P. Arcos, escrito a fines del siglo pasado; o el del tiempo de Franco, Nuevo Ripalda en la nueva España, que he publicado recientemente con otros no menos significativos.
Hoy veríamos también la poca fuerza social del catolicismo español recordando lo que ha ocurrido con el documento de protesta contra la cerrazón vaticana, Somos Iglesia: en un pequeño país como Austria recogió 500.000 firmas, y en Alemania, dos millones. En cambio, en España, colaborando los más conocidos grupos católicos progresistas, sólo se han recogido 30.000. Y los grupos más conservadores en nuestro país, tan apoyados por Roma y gran parte de nuestra jerarquía, son insignificantes en nuestra tierra y en el conjunto mundial. Sólo una parte de nuestra masa, algo más numerosa, pero minoritaria, es la que sigue la rutina social-religiosa, y no ejerce influencia significativa alguna en la marcha de nuestro país. No teniendo apenas influencia nuestra Iglesia, porque no ha conseguido, a pesar de su empeño, que se suprima la ley del divorcio ni la del aborto. Y en el Gobierno actual, tan católico según cree la jerarquía, se han casado dos ministros civilmente, con asistencia del presidente y su familia al menos a la solemne celebración de uno de ellos.
Este clero andaluz, como casi todo el clero español, cuando quiere ir hacia adelante de la mano del Concilio Vaticano II, se encuentra unas veces abandonado, otras incomprendido y a veces amonestado y castigado, y muchas llega a estar desilusionado. Tendrían que leer nuestros obispos los libros que se publican en España, apartados o profundamente críticos de nuestra religión hispana. Yo acabo de leer el Diccionario de socioecología de Ramón Folch, un experto que no tiene nada que ver con la religión; pero, al tratar la palabra "judeocristianismo", leemos un panorama bien distinto del que se nos quiere hacer ver aquí. Y también tendrían que darse cuenta de quiénes son intelectuales en nuestro país: apenas algunos católicos, y generalmente de elevadas edades y poca perspectiva de hacer discípulos jóvenes. Y ver los programas de éxito en la televisión, increíbles según la imagen que hay de un pueblo que se piensa todavía que es católico. Siempre recuerdo la obra del viajero norteamericano Richard Wright, España pagana, prohibida en nuestro país en los años cincuenta de nuestro siglo. Relata las experiencias visitando nuestra nación, pueblo al que consideraba cristiano, y se quedó sorprendido dándose cuenta de que era pagano inundado de nombres cristianos.
Igual experiencia conocí en el trato que tuve con una española repatriada de Rusia, hacia el final de los años cincuenta. Era profesora de historia rusa contemporánea en un instituto ruso de segunda enseñanza, y volvió -como otros muchos niños de la guerra- ilusionada por conocer España. Me dio clases de su especialidad, y cuando tuvo confianza conmigo me contó sus experiencias religiosas al venir a España. A pesar de ser atea, tenía un gran deseo en conocer cómo era un país cristiano. Me confesaba que no conocía más religión que la enseñada, contra toda creencia, en la Universidad de Moscú; lo único que sabía del cristianismo era el padrenuestro, que había leído en una novela de Nicolás Gogol. No sabía más; pero sacaba de su lectura que en él había una actitud de amor, de desprendimiento y de ayuda mutua, y no de egoísmo. Y se sintió desconcertada al ver que nuestro católico país era profundamente egoísta. Resulta el nuestro un pueblo sin raíces reales cristianas, al menos las que derivan de los Evangelios, y con costumbres paganas en su práctica religiosa. Y, además, ahora aumentan los inmigrantes que vienen de países islámicos. Y prevén los expertos que, a mediados del siglo próximo, las dos terceras partes del sur de Europa serán probablemente seguidoras del Corán.
Ésa es la España que todavía se quiere decir que es cristiana. En ella aumenta el abandono de la práctica externa; no ha calado su mensaje, y el abandono de la creencia se difunde cada vez más: por desconocimiento del mensaje de Jesús o por reacción contra una Iglesia cuya tradición desde el siglo XVI es la intolerancia. Y en el creciente número de los emigrantes nace una nueva religión no-cristiana.
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