La élite destronada
Oxford y Cambridge, superadas por Yale y Harvard, según un experto británico
Oxford y Cambridge, las dos joyas de la educación universitaria británica, ya no están en la cima del mundo. En una crítica devastadora, David Cannadine, recién nombrado director del Instituto de Estudios Históricos de Londres, ha apeado de su pedestal a ambos centros. Según él, no forman parte de la élite académica. Su enorme burocracia interna, la falta de fondos y, en especial, la desilusión de muchos de sus investigadores han despejado el camino para que Harvard, Yale o Princeton, todas ellas en Estados Unidos, acaparen el nuevo cuadro de honor. Famoso por su monumental obra Declive y caída de la aristocracia británica, y curtido por un decenio en la Universidad estadounidense de Columbia, en Nueva York, Cannadine ha regresado al Reino Unido con un espíritu de lo más combativo. Sin pensarlo dos veces, ha aprovechado su primera comparecencia de relieve, la toma de posesión como director del Instituto de Estudios Históricos, para reprochar a las universidades británicas su peor defecto: la complacencia. "Ya no ofrecen una atmósfera de estudio donde florezcan trabajos nuevos, o enfocados de forma innovadora, y capaces de atraer a un público más amplio", dijo.Para demostrar que sus críticas no eran personales ni le movía animosidad alguna, reconoció enseguida que los profesores universitarios británicos están peor pagados que sus colegas estadounidenses. "Tienen demasiado trabajo, sobre todo de carácter administrativo, que les impide investigar. Su moral está por los suelos y acaban frustrando a sus mejores alumnos, que prefieren no seguir sus pasos", afirmó.
Su conferencia, reproducida de inmediato por todos los medios de comunicación nacionales, ha generado un duro debate, del que el propio Cannadine ha salido indemne. Tal vez porque su peor crítica, y también la más certera, se refería a la prueba periódica a que son sometidas todas las universidades británicas y que mide sus "índices de producción académica". O dicho de otro modo, el número de libros y artículos publicados por cada centro y del que depende la cuantía de los fondos que reciben.
En realidad, se trata de otra "tabla de excelencia" a añadir a las que marcan ya el sistema educativo nacional desde la primaria. Un sistema temido y rechazado por los académicos que se afanan en lograr los primeros puestos de la lista confeccionada luego con todas las universidades. "Nuestros historiadores escribieron 2.000 libros y 5.000 artículos en 1997. Se les obliga a ser productivos, pero la urgencia misma de dicho requerimiento destruye casi sus obras. Lo que pudo ser un trabajo novedoso, polémico e importante, acaba por dividirse en tres artículos distintos faltos de verdadero rigor", dijo.
A pesar de la dureza de sus palabras, Cannadine no ha regresado a su país sólo para vapulear a sus contemporáneos. Reconoce sin problemas que las universidades son más grandes y ricas en Estados Unidos, y que han sabido ganarse mejor al sector privado. En el Reino Unido hay también algunos ejemplos de buen hacer en este campo. Un 60% de los ingresos de Cambridge, por ejemplo, procedía el pasado año de donaciones particulares.
Aunque compara los problemas de financiación de las universidades británicas a los padecidos por la sanidad pública, el historiador ha preferido no ofrecer recetas milagrosas. Como el Gobierno, que reparte los presupuestos, tiene un límite, lo mejor sería no depender sólo del erario público, ha venido a decir.
Sue Inversen, jefa de investigación de Oxford, es una de las voces que han replicado a Cannadine. Juzgar a las universidades por sus resultados, ha dicho, constituye un ejercicio de estilo, pero "el peligro estriba en dedicarle demasiado tiempo y perder la noción de lo que cuenta de verdad: la calidad académica, con la que Oxford sigue comprometida".
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