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Perdurar con la imagen

JOSU BILBAO FULLAONDO El desarrollo de las ciudades termina con la existencia de muchos pueblos que están en su entorno próximo. Ollabarre, próximo a Vitoria, es presa de este proceso. Seducidos por los servicios que oferta y el animado bullicio de sus calles, los vecinos hastiados de "la paz rural" no dudan en cambiar su forma de vida, buscan las ventajas de la capital. En vista de estas transformaciones, y temiendo lo peor, la Asociación Cultural Langraiz, con la ayuda de la Junta Administrativa, acaba de publicar un libro de fotografías que busca mantener viva la evocación del pasado y reafirmarse para lo venidero. El título, Ollabarre en el recuerdo, es tan sencillo como las imágenes que contienen sus páginas. Son documentos personales encontrados en cajones de viejos armarios y mesillas de noche que una vez agrupados se han convertido en el álbum de todo una comunidad. En muchos casos son instantáneas realizadas por los propios vecinos. También las hay tomadas en la galería de algún fotógrafo. En cualquier caso, con la fuerza expresiva que otorga el blanco y negro, todas ponen al descubierto notas de la intimidad familiar. Podrían definirse como un gran autorretrato psico-sociológico de un grupo humano que ubica y recrea su propia idiosincrasia con una visión en tiempo pasado. Una forma de representación local que globalmente constituye una iconosfera repleta de matices. No podemos hablar de valores artísticos, las fotografías son fundamentalmente testimonios que en un primer apartado hacen un descripción detallada del pueblo. Una panorámica lo sitúa con toda su plenitud rural, como si de una una pequeña isla se tratase, dentro de la Llanada Alavesa. Luego van apareciendo esquinas y rincones. No puede faltar la iglesia con su torre campanario, la laguna donde abrevan las vacas o la bolera como centro deportivo y de reunión. En un segundo capítulo se descubren las labores del campo: la recolecta, la trilla en la era, donde participa toda la familia, y la vuelta a casa con caras sonrientes, satisfechas del trabajo realizado. Las mujeres se ven entregadas a su faena en el antiguo lavadero donde frotan con sus manos la ropa. Son imágenes que atestiguan una forma de actividad agrícola a punto de extinguirse. Poco importan los encuadres, los tonos y las luces. Es un estilo cándido, naturalista, que se limita a captar justo lo que hay, sin preámbulos academicistas de otra índole, impulsado por el corazón y por una experiencia icónica elemental. La tercera y última entrega de la publicación está dedicada a las gentes. Se trata de un censo gráfico de la población, de manera individual o en grupo. Las situaciones son variopintas. Un matrimonio, endomingado posa rígido en el estudio, la mujer sostiene en su mano izquierda un abanico, con la derecha busca apoyo en el hombro del marido, con traje de chaleco y patillas ampulosas, pobladas con pelo negro. Un grupo de cazadores rodea con orgullo una hermosa pieza de jabalí abatido. La comunión de los niños sirve para unir en festejo al clan familiar que coloca ordenado en escalones, las hileras de sus cabezas recuerdan al cordon de alegres cascabeles con los que enjaezan las jacas en las ferias. Dos amigas, sobre un fondo con paisaje de balneario, posan para el fotógrafo ambulante. Aquellos que huían de la competencia descarnada a la que se libraban sus colegas en los centros urbanos, los que buscaban clientes menos exigentes y más fáciles de arrastrarles a sus escenarios rimbombantes y horteras. ¡¡Qué documento!!. Una recuperación fotográfica de autores anónimos hecha libro, una proyección hacia el futuro que, además, con las sugerencias que despierta, reaviva aspectos olvidados de la fotografía. Valores que no se pueden entender sin añadir el afecto y el esfuerzo con el que se ha llevado a cabo el trabajo.

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