Elecciones primarias y renovación de la vida política española
Según el autor, los partidos deben estar más controlados desde la calle y menos desde dentro. Para ello, concluye, se necesitan más elecciones primarias, no menos.
En 1993 publiqué en este diario, junto a mis queridos colegas Ramón Vargas-Machuca y Miguel Ángel Quintanilla, un artículo titulado Diez propuestas para la reforma del PSOE en el que sugeríamos la necesidad del sistema de elecciones primarias que el PSOE comenzó a poner en práctica hace ahora un año. Parece un plazo de tiempo razonable para evaluar su puesta en marcha.Esto es obligado, entre otras cosas, porque hay que reconocer que muchos políticos piensan que el sistema de primarias es una equivocación y que sería mejor desembarazarse de él. En esa valoración hay elementos interesados, como el cálculo de que el control férreo de los partidos por parte de sus direcciones, ahogando todo atisbo de diversidad o participación, es un factor necesario para ganar o conservar el poder político. Huelga decir que los que defendemos que la democracia del siglo XXI será participativa no podemos estar de acuerdo con ese tipo de razonamiento.
Pero hay otros elementos de crítica al sistema que, sin embargo, sí deben ser reflexionados. El más importante es que las primarias fomentan la competencia interna y esto, si no fuera bien tratado, se podría convertir en un guirigay, debilitando seriamente la imagen de serenidad y unidad que todo partido debe tener como primera garantía de la solvencia de sus políticas. Después de un año de vigencia de las primarias se puede concluir ya que para que esto no ocurra es necesario que se cumplan de modo estricto dos condiciones:
En primer lugar, el elemento de competencia debe ser limitado al momento en el que las primarias tienen lugar y, una vez realizadas, debe desaparecer. De otro modo, el ganador podría ceder a la tentación de desvirtuar la naturaleza del mandato que ha recibido, que es la nominación para ganar unas elecciones, y llevarlo a otros terrenos de supremacía interna. Si esto ocurriera, es evidente que se vulnerarían los límites del mandato recibido y esto sometería a la organización a tensiones internas.
En segundo, un candidato electo en las primarias debe tener, por parte de la estructura jerárquica de su partido, todas las facilidades para poder ganar en la contienda electoral. Comoquiera que esa estructura jerárquica ha sido elegida a partir de otro procedimiento de legitimación, podría ser excesivamente celosa de sus atribuciones y cicatera en los apoyos que conceda. Esto, naturalmente, traicionaría la esencia misma de toda organización política: ganar las elecciones para gobernar.
Que estas dos condiciones se cumplan no es principalmente una cuestión de complejos acuerdos, sino de una actitud de mayoría de edad democrática: en los candidatos que ganan las primarias, para limitarse a su mandato electoral, y en la jerarquía de ese partido, para poner todos los medios disponibles para que ese mandato se ponga en práctica con garantías.
En resumen, las primarias son, por un lado, un acto de coraje democrático que hace transparente y participada la elección de los candidatos principales de una formación política. Pero, curiosamente, una vez realizadas, requieren dosis aún mayores de coraje y cultura democrática.
Esto no se conseguirá sin un proceso de adiestramiento, de avance por prueba y error, que no culminará de la noche a la mañana. Y es este cúmulo de dificultades el que puede hacer que muchos políticos de buena voluntad muestren reticencia ante las primarias.
Merece la pena, en esta coyuntura, recordar dos cosas: la primera es que el entusiasmo que despertaron fuera del PSOE las primarias fue todo un signo de la inclinación ciudadana a reconciliarse con la política progresista. Fueron percibidas como un poderoso mecanismo para que los procesos de decisión partidaria no sean un recurso para una pequeña minoría, sino una oportunidad para la gran mayoría de los afiliados y simpatizantes. Esto despertó atención y adhesión, de modo que las primarias pasaron de ser un ejercicio interno a convertirse en una señal externa recibida positivamente por un gran sector de ciudadanos.
La segunda es que el PSOE ha sido el único partido en España capaz de iniciar una renovación de gran calado sin necesidad de una refundación in extremis, es decir, sin tener que pasar por una situación próxima a la extinción terminal, como ocurriera en su momento con el PP o con IU. Esta excepción tiene su importancia, puesto que es todo un símbolo de que por fin, en nuestra cultura pública, la normalidad democrática va ganando terreno al cainismo predemocrático. Pues, bien, esa renovación está siendo posible, precisamente, porque ha encontrado en las primarias su instrumento. Un instrumento para sustituir oportunamente las élites políticas y, a partir de ahí, para una puesta al día radical de las ideas y los proyectos.
Ser renovador hoy, en un sentido no banal, es ratificar el sentido extraordinariamente positivo de las primarias en la escena política española y defender el cumplimiento de condiciones como las sugeridas más arriba. Es también pedir que el sistema se extienda a nuevos ámbitos de votación, como los simpatizantes y, en general, toda la gente que se identifique con ese partido y quiera participar activamente en una de sus principales funciones: la selección del personal político que va a presentar a la sociedad.
Ser renovador sigue teniendo sentido, puesto que la renovación del PSOE y la renovación de la vida política española en general aún no han terminado. Es más, probablemente apenas han comenzado. La democracia española sigue estando excesivamente dependiente del poder de decisión de las cúpulas de los partidos. La calidad de nuestra democracia debe aumentar haciendo a los cargos electos mucho más controlables por los ciudadanos que los eligen. No habrá recursos de innovación para diseñar políticas adecuadas a un mundo nuevo, a no ser que los partidos políticos se transformen en organizaciones más civiles, con políticos más transeúntes y temporales, y con mayor opción para la promoción de nuevos dirigentes a través de una competición más transparente. Sólo a través de este tipo de estrategias existirán partidos adaptados a una sociedad con gente mucho más formada y que detesta ser considerada como manipulable.
La urgencia de este tipo de estrategias sigue presente: la distancia entre la política y la vida diaria de los ciudadanos en España no se está cerrando. Cada día nos aporta una nueva evidencia de que los problemas de la vida diaria de los ciudadanos va por un lado y la política por otro. No se explica de otro modo que no seamos capaces en España de tener debates nacionales de envergadura y profundidad suficiente sobre temas cruciales de la vida diaria.
Con la llegada del verano tendremos una nueva larga lista de ahogados al cruzar el Estrecho en pateras, pero la opinión pública seguirá mirando para otro lado, sin que se plantee la necesidad de una política tan seria como humana en un país frontera. La cifra de mujeres que han muerto de palizas a manos de la violencia de sus maridos fue en 1997-1998 cinco veces mayor que la de los muertos por terrorismo, pero no acabamos de poner remedio a esta situación, que atenta directamente contra los mismos derechos humanos. E1 73% de los jóvenes de entre 25 y 30 años viven en casa de sus padres, una cifra escandalosa que nos plantea la peligrosa dependencia que hemos creado a las nuevas generaciones. Los españoles caen como moscas en accidentes de carretera y tenemos que escuchar cómo los responsables políticos lo atribuyen al buen tiempo y a la bonanza económica. Las mujeres tienen problemas para trabajar, por el paro, y problemas cuando trabajan, por el sexismo y la discriminación: de resultas de ello, la tasa de natalidad española es la más baja del mundo, pero no ha habido un debate sobre sus causas y sus remedios. Tenemos 18 personas mayores de cada 1.000 en residencias frente a las 150 que tiene Europa como media. E1 50% del territorio español está erosionado y tiene peligro de desertización. En el medio rural, ocho millones de personas viven con una falta escandalosa de igualdad de oportunidades...
Todos éstos son problemas graves, anormales en un país europeo, pero no acaban de llegar a ocupar un lugar central en la agenda política. Naturalmente, todo ello se ve reforzado por la política dominante ejercida desde el Gobierno, pensada desde el marketing, sin pudor en su discurso, y desde la perpetuación pragmática en el poder en sus intenciones.
En conclusión: para que la política de la vida diaria, la política de lo cotidiano, ocupe el lugar central en la vida pública, los partidos deben estar más controlados desde la calle y menos controlados desde dentro. Y para ello necesitamos más elecciones primarias, no menos.
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