Memoria de un cura de campo
Vilafranca es la población más horizontal de la comarca de Els Ports. En el principio, cuando la gran explosión, a Dios se le cayeron aquí muchos cascotes, y los lugareños han ido enmendando los descuidos del Génesis durante otra eternidad gracias al invento de la arquitectura de la piedra en seco. Àlvar Miralles es el rector de Vilafranca desde 1993. En realidad, éste no es su paisaje. El nació hace cuarenta y tres años en Xilxes (Plana Baixa), que es un terreno muy adecuado para la producción de melones, pero no de seminaristas. Pertenece a esa generación de curas en ciernes conmovidos en lo más hondo por el asesinato en El Salvador del arzobispo Romero y la consiguiente impavidez de Wojtyla. La teología de la liberación es su santo y seña, y Leonardo Boff su San Francisco. Por lo demás, él lleva la ya larga estancia en Vilafranca como unas vacaciones que sospecha no merecidas, un retiro privilegiado a mil metros sobre el nivel del mal, mientras allá abajo -y a los lados, y encima, y en todas las latitudes- la carrera loca de los hombres hacia la destrucción sigue un curso enfebrecido. Para que su alma no se quede fosilizada enmedio del austero bosque de piedra, este clérigo de mal asiento ha construido sus propias estrategias. Por un lado, se ha licenciado en sociología, que es un sistema de reconocida solvencia para evitar que los teólogos se extravíen irremisiblemente vigilando el apareamiento de los ángeles. Por otro, ha intensificado sus actividades en la HOAC. Esta asociación eclesial de apostolado obrero está presidida en Castellón por Eusebio Moreno, y tiene en el rector de la Magdalena vilafranquina a un activista incansable. -Padre, ¿qué es el pecado? -El único, el mayor pecado, hijo mío, es la desigualdad. La Acción Católica pasa su calvario particular en los últimos tiempos bajo la férrea férula del mitrado Juan Antonio Reig. Las opiniones de Àlvar sobre la política de su señor obispo son jugosas y de gran consistencia agropecuaria, aunque mejor dejarlas en un cierto limbo (las palabras que no van al cielo -aunque sea el cielo mediático- se pudren en algún sitio, pero ese estiércol semántico resulta al cabo una extraordinaria energía alternativa). Reig es un hombre que quiere conservarlo todo, excepto la lengua de sus padres, y con eso se define él sólo. Sin embargo Àlvar Miralles no profesa sus convicciones civiles dándose golpes en el pecho -que es la vía fácil y también la más celebrada- sino partiéndoselo por esa cuarta parte de la sociedad que tiene muy poco (ni siquiera palabras), ese millón de valencianos que otean cada día las orejas del lobo de la pobreza. Como todo cura de pueblo, el de Vilafranca tiene ocasión de comprobar cada día con dolor el envejecimiento de la feligresía. Dios pierde afiliados porque la juventud prefiere una Trinidad alternativa: sexo, drogas y rock and roll. Para contrarestar las ofertas de la competencia, Àlvar ha convertido sus misas en un pequeño espectáculo donde todo es posible, incluido el pensamiento libre. Consciente de la arteriosclerosis del ritual, desgrana sus opiniones ajeno a las obsesiones vaticanas (mayormente sexuales), y el público se acerca a una idea de la divinidad vitaminada y muy rica en fibra no visible. -Padre, confieso que soy un incrédulo, así en lo divino como en lo humano. ¿Qué puede hacer con mi escepticismo? -Un pan como unas hostias, hijo mío. Como unas hostias. Este hombre es así: decididamente peligroso.
Joan Garí es escritor.
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