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EL PERFIL CARLOS MARCHENA Y FERNANDO VARELA

Glorias paralelas, amores antagónicos

Tereixa Constenla

De Nigeria llegó con una repentina y efímera aversión hacia la pasta, pero el bombardeo periodístico le impidió incluso disfrutar de una de sus predilecciones gastronómicas: el filete de pollo con patatas. Acabó engulléndolo tarde, medio frío y a trompicones, después de contestar a cuantos decidieron telefonearle al domicilio familiar de Dos Hermanas. Fernando Varela (Sevilla, 1979) reserva para la mesa el mismo gusto sencillo que se aprecia en el resto de sus aficiones, nada sofisticadas, nada mundanas. Carlos Marchena (Las Cabezas de San Juan, 1979) llegó de Nigeria sin poder siquiera mostrar aversiones o preferencias culinarias. Una molesta e inoportuna gastroenteritis zanjó los caprichos e impidió su reencuentro con el Sánchez Pizjuán frente al Mallorca B. Un legado de la experiencia africana, que se disipará de su memoria al tiempo que las molestias. La medalla, el título y la hazaña pervivirán con mayor nitidez a la espera de otra gesta que lo supere. Entre tanto, Marchena seguirá con sus aficiones tranquilas. Tópico o no, los futbolistas no suelen ser seres que se atormeten por la búsqueda de la felicidad a la manera de Diógenes, con comportamientos estrambóticos o prácticas esotéricas. Lejos del campo, permanecen fieles al ritmo disciplinado y a rutinas sociales. Igual que un jugador que destaque por la banda izquierda consumirá parte de su vida laboral subiendo y bajando por ese extremo sin aparente signo de oposición, fuera del estadio corretean por la banda de la vida con una monotonía similar, sin rastro de cansancio. Varela y Marchena, los últimos héroes del deporte andaluz, coinciden en tantas cosas que a veces sus trayectorias podrían intercambiarse sin crear grandes cataclismos vivenciales. Sus semejanzas, sin embargo, se frustran en una sola divergencia, que es definitiva, insalvable y la madre del cordero. Uno es bético; el otro, sevillista. Impensable y sacrílego permutar ambos cromos. Marchena y Varela corretearon desde críos por la banda del fútbol, dejando adivinar, ya en Las Cabezas, ya en Dos Hermanas, maneras. Ambos con una afición que sobrepasaba el mero entretenimiento; ambos con una tozudez implacable que dejaba entrever una elección firme detrás de la querencia infantil por el balón. De aquella época arrancan sus trayectorias de líneas paralelas, condenadas a no cruzarse en el infinito porque nacen en puntos insalvables. A Carlos se le fue la mirada hacia el Sevilla; a Fernando la nacieron ardores por el Betis (aún hoy, el póster de Alfonso preside su cuarto familiar). Los campeones del Mundial Sub-20 han recorrido, hasta alcanzar el podio más alto de la historia del fútbol español, senderos comunes. Captados para las categorías inferiores de sus clubes a edades cortas, simbolizan el valor de la cantera en estado puro, la apuesta por la mirada experta del ojeador, la formación continuada y la disciplina. Varela y Marchena coinciden incluso en ciertos rasgos externos. Una tendencia a la introversión les hace pasar por seres de madurez precoz (sin pájaros en la cabeza, aducen en sus clubes), reacios a la exhibición emocional y al derroche de palabras. Nada raro en un deporte que entroniza a Ronaldo, el rey del monosílabo y de la duda existencial. Sobre el campo, amén de la fidelidad irreconciliable a sus equipos, surgen también diferencias. Carlos Marchena se ha desvelado como un defensa intachable, poderoso y recio, con tendencia a adelantarse a su propia biología (ya lleva 17 partidos esta temporada con el Sevilla). En Nigeria le han comparado con Frank Beckenbauer, su ídolo. De allí, junto a la medalla, se ha traído como segundo tesoro un foto con el mítico libre alemán. Con modestia ahuyenta las comparaciones y los halagos sobrados. Varela, a los 13 años, lideraba a su equipo del Dos Hermanas con singular maestría y personalidad. El paso de los años le ha limado aristas y reforzado el tesón para dominar el centro del campo. La tenacidad es un rasgo común a los dos futbolistas, al igual que el carácter, la trayectoria y lo demás, que podrían ser intercambiables. Menos la camiseta, un insalvable.

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Sobre la firma

Tereixa Constenla
Corresponsal de EL PAÍS en Portugal desde julio de 2021. En los últimos años ha sido jefa de sección en Cultura, redactora en Babelia y reportera de temas sociales en Andalucía en EL PAÍS y en el diario IDEAL. Es autora de 'Cuaderno de urgencias', un libro de amor y duelo, y 'Abril es un país', sobre la Revolución de los Claveles.

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