El impostor
En muchas ocasiones, desde este oficio mío que es el psicoanálisis, acude a mi mente al leer la prensa, o simplemente abriendo los ojos hacia el entorno social que nos rodea hoy en día, la impresión de que gran parte de nuestra sociedad vive en la impostura. No me refiero con esto al ciudadano que usurpa la identidad de otro, sino al que construye su imagen a través de la de otro. Otro, generalmente envidiado y por lo tanto odiado sin que este hecho pase por la conciencia. En esta sociedad lo importante no es tanto lo que uno es, sino más bien lo que parece ser. La vejez, la pobreza, la sencillez son realidades negadas, caducas, proscritas. La publicidad vende juventud, belleza, prosperidad económica y ésta es la meta a la que hay que dirigirse. Esto hace florecer los imitadores de marcas caras, o incluso las falsas marcas compradas en un puesto de la calle por poco dinero, pero eso sí, mostrando de forma bien visible unas siglas que claramente significan un precio para el que lo ve sobre un personaje bien preparado, con un falso bronceado de lámpara y luciéndolo con un tremendo desparpajo, pronunciando con un exquisito acento en el idioma de origen la marca que supuestamente ostenta. La meta es siempre que el otro lo llegue a creer. En tiempos de nuestras abuelas estos personajes serían rápidamente tachados de nuevos ricos o de quiero y no puedo. Hoy en día no. Lo que importa es parecer rico y lo de menos es si es nuevo o viejo o si quiero y hago como si pudiera. Es la imagen la que cuenta. La imagen de la impostura. Pero este fenómeno llega mucho más lejos. Me refiero ahora a la cualificación profesional, sobre todo en esta mi profesión de psicoanalista. Es frecuente que acudan a nuestras consultas en busca de tratamiento personas que afirman haber seguido ya un tratamiento psicoanalítico fracasado, con un supuesto psicoanalista. Sí, es frecuente ver en las tarjetas de visita de psiquiatras y psicólogos el título de psicoanalista. Un título de psicoanalista por la gracia de Dios, podríamos decir, cuando nos consta que el que lo exhibe no ha recibido dicha calificación de ninguna sociedad psicoanalítica. Son personas del quiero y no puedo, que, guareciéndose en bonitas consultas y aprovechando otras titulaciones que sí poseen, o encuadrados en grupos próximos al psicoanálisis, pero que en modo alguno les capacita para ejercer como psicoanalistas, se crean una falsa identidad, e incluso se permiten ofrecer a los jóvenes recién licenciados y ávidos de aprender falsos cursos sobre el oficio de psicoanalista, que les llevarán a iniciar desde cero una formación auténtica para llegar a ser psicoanalistas o a asumir a su vez la falsa identidad que ostentan sus propios profesores. Lo que llama poderosamente mi atención es que este público potencial de nuevos licenciados no se informen de la validez de la titulación que se les ofrece, a la que van a dedicar un dinero importante, un esfuerzo considerable y, sobre todo, en cuya consecución van a perder una parte de su vida. Un dinero, esfuerzo y tiempo que podrían emplear en una formación que les ofrezca la garantía suficiente para ejercer la profesión a la que realmente desean acercarse: la de psicoanalista. Sabemos los que hemos pasado por ello que es una formación larga, costosa y difícil la que hay que llevar a cabo para llegar a ser un psicoanalista reconocido, lo cual no deja de ser coherente, ya que en esta profesión nos hacemos cargo de la mente humana. La mente del paciente que va a venir a consultarnos y a quien hemos de ayudar a aclarar y resolver el problema que le impide llevar a cabo una vida digna. La mente humana no es un acertijo. No es un juego intelectual más o menos interesante. La mente humana es la que nos hace vivir. Vivir bien o malvivir sufriendo. Sí, es del funcionamiento de la mente humana, de la mente humana enferma, de la que hemos de hacernos responsables en esta profesión. Por lo tanto es fundamental que nos acerquemos a ella con una formación sólida. Pero, ¿no es lógico pensar que un camino light de formación ofrecido bajo pretexto de la dificultad de la formación que ofrecen las sociedades psicoanalíticas es largo, difícil y costoso, lejos de acercar al alumno a la profesión que desean ejercer solamente va a hacerles desembocar en la impostura o en tener que asumir la equivocación cometida y volver a comenzar con doble esfuerzo una nueva formación para alcanzar la profesión anhelada? Y en esta época de la información en la que vivimos, si una persona se acerca a un psicoanalista buscando un tratamiento, ¿no piensa que es importante pedir las credenciales de alguien en cuyo buen hacer va a confiar su problemática y su intimidad? La formación del psicoanalista no es académica, pero existe un libro de la Sociedad Psicoanalítica Internacional (IPA, creada por Freud en 1923 ) en la que aparecen los nombres y niveles de todos los psicoanalistas reconocidos en el mundo, así como el grado de formación al que han accedido. Son nuestras credenciales. Por lo tanto, insisto a los futuros alumnos y a las personas que se acercan en busca de solución a su problema que no se fíen de la palabra. Que nos pidan las credenciales. Tienen derecho a saber si la persona a la que se dirigen tiene o no estas credenciales, antes de confiarse a ella. Ahora me pregunto a la luz del exceso de confianza de las personas que se ponen en manos de un profesional sin asegurarse si éste está o no capacitado para ejercer la profesión que desempeña, sin cerciorarse si está frente a un profesional o frente a un intruso: ¿Es la sociedad actual la que favorece la impostura?
Isabel Usobiaga es médico. Psicoanalista titular IPA.
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