_
_
_
_

A la calle con los libros

La puerta de la casa donde ha vivido desde que nació, hace 75 años, estuvo ayer a punto de cerrarse por última vez a sus espaldas. Federico Cereghetti aguardó con el corazón encogido toda la mañana la llegada de la policía. No estuvo solo. En la calle Gaspar del Pino, en el casco histórico de Cádiz, se citó medio centenar de personas: la Asociación Pro Derechos Humanos había canalizado la concentración, que fue secundada por dirigentes vecinales y representantes del PSOE, IU y PDNI. La vigilia silenciosa de Cereghetti comenzó, sin embargo, hace meses: el tiempo que lleva intentando digerir una sentencia de la Audiencia Provincial de Cádiz que le condena a dejar la vivienda por un impago de 16.000 pesetas a su casera, que es también la propietaria de toda la finca. Pasadas la una de la tarde, la pareja de la Policía Nacional que observaba el escenario de la protesta desde una calle contigua mientras aguardaba instrucciones del juzgado se retiró. El juez ordenó suspender el desahucio. Pro Derechos Humanos, que ayer no disponía de la información exacta, cree que de modo cautelar. Cereghetti respiró, también cautelarmente. "Sólo me queda mi dignidad y eso no voy a perderlo". La historia de este hombre menudo de apellido italiano y educadas maneras está ligada al paisaje urbano de la ciudad, al que pertenece. Los zapatos torcidos y desgastados son el testigo de su recorrido diario por el adoquinado del casco gaditano: vende libros, libros de estreno, últimas novedades que conoce como si fueran clásicos. En cualquiera de ellos puede encontrar perfectamente su propia biografía. Suele portar un letrero a través del que se ofrece para trabajar "de lo que sea". Muchos años de su vida los ha dedicado a labores relacionadas con las artes plásticas. A sus 75 años, sin empleo, sin más ingresos fijos que las 400 pesetas diarias que le proporcionan dos amigos, la vista también le está abandonando. Desde hace cinco años vive sin luz eléctrica. Dos hachones de cera que le regala el sacristán de la Iglesia de San Juan de Dios iluminan la decrépita vivienda. Ayer clamaba "contra la injusticia" y pedía la presencia de un médico que atestiguase "si es legal" ponerlo en la calle en su estado. "Me encuentro muy mal, estoy para ingresar", afirmaba. Los términos del impago no están claros. El afectado sostiene que en ningún momento se ha negado a cumplir con sus obligaciones económicas. "Es una cuestión de disparidad de criterio en cuanto a la cantidad, pero mi demandante ha tenido la habilidad de hacerlo pasar subrepticiamente por dos instancias y conseguir, finalmente, la sentencia". Cereghheti se había negado a pagar el Impuesto de Bienes Inmuebles del pasado año, al considerar que no le correspondía esa carga fiscal. Pese a todo, consignó el pago, pero el proceso judicial era ya imparable. En el inmueble, localizado junto a La Privadilla, un histórico santuario del cante y los toros, ningún vecino parece contento con la arrendataria a quien, Josefa Gómez, una de las residentes del barrio, culpó ayer de las condiciones antihigiénicas de la vivienda de Cereghheti. "Y no quiero que lo echen, ni a él ni a nadie, pero la dueña debería arreglar la casa donde vive este hombre, porque hay hasta ratas", comentó. María José Furco, de Pro Derechos Humanos, se preguntaba ayer: "¿La legalidad y el derecho están por encima de la necesidad de las personas?". Y ella misma se respondía: "El vestir, el comer y el tener un techo están por encima de todas esas normas. Una cosa es la justicia social y otra la legalidad".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_