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Oficios de otro tiempo

Algunos antiguos oficios sólo permanecen en los libros o en el recuerdo de los más mayores. Las nuevas tecnologías hace ya tiempo que sustituyeron a los maestros relojeros, a los fabricantes artesanos de papel, a los pizarreros, cordeleros y decenas de otros artesanos de los que ya únicamente queda el nombre. Un trío de inquietos investigadores, Carmelo Urdangarín, José María Izaga y Koldo Lizarralde empezaron hace siete años a buscar en Euskadi oficios tradicionales en desuso o ya desaparecidos. Desde entonces, han estudiado un centenar, 14 de ellos se recogen en una obra recién publicada. Hubo un tiempo no lejano en el que la fabricación de papel a mano anegaba de malos olores y peligrosas humedades a sus artesanos. Utilizaban un pila o tina de madera de encina forrada de plomo. La tina se llenaba de agua y trapos troceados que quedaban reducidos a pulpa tras varias horas de trabajo. La producción obtenida en un molino papelero era de unos 75 kilos de papel diarios. El sistema artesanal desapareció hacia 1.936 y actualmente son dos los vascos que se niegan a abandonar la tradición. Estes es uno de los 14 oficios rescatados del olvido en el libro Oficios tradicionales III. A Carmelo Urdangarín (Deba, 1932), uno de los tres autores, le impresiona por singular el oficio de guantero para laxoa, una modalidad minoritaria de pelota vasca que requiere guantes de cuero rígido, de forma encovada y acanalada, con un peso apróximade de un kilo. Los artesanos de este guante solían compaginar la actividad con la de zapatero. Ahora, dos expertos tratan de que perviva la forma tradicional desde el principio de la elaboración: comprando el cuero de vacuno sin salar en el matadero. "Pero, el futuro es negro, porque los artesanos jóvenes no conocen su fabricación", se lamenta Urdangarín. Había una profesión más peligrosa que artesanal: la de pizarrero. Los trabajadores penetraban en galerías a cien metros de profundidad y cien mujeres eran después capaces de fabricar 4.800 pizarras diarias y diez mil pizarrines de los que se utilizaban para escribir en la escuela. Hoy en día, la explotación de la pizarra, ya para tejados y suelos, es a cielo abierto y con máquinas. Un oficio con futuro aciago, es de organista, en otro tiempo mayordomo de la iglesia parroquial con obligación de tocar el órgano en las fiestas religiosas. En la actualidad, los que mantienen la tradición son personas de edad avanzada que empezaron el oficio en su juventud y les ha tocado ver "pasar muchos curas". El viejo armonio ha tenido fama de ser muy antiguo y Benito Etxabe, de 70 años y más de 50 como organista en San Miguel de Artadi (Guipúzcoa), recuerda en el libro que su padre le contaba cómo solía cargar el viejo armonio a la espalda con cuerda y luego lo bajaba hasta una gabarra para cruzar el río y poder tocar en la ermita de San Lorenzo. Las palabras de Urdangarín, como las del libro recopilatorio, están teñidas de nostalgia. Los oficios que se han recogido en este volumen son catorce ero las entrevistas mantenidas llegan a 75. Observan, leen o alguien les cuenta que en algún lugar un anciano cose unos guantes de cuero delicadamente para jugar a pelota o que que todavía vive uno de los últimos pizarreros. Es el principio. Luego, investigan en los archivos y sobre el devenir del oficio hasta llegar al protagonista y escuchar su historia. El encuentro suele terminar compartiendo nueces, queso y pan. Urdangarín narra el proceso con pasión. Profesor Mercantil, de profesión, se ha transformado en un alumno con un objetivo: dejar por escrito los oficios de otros tiempos. "En Oficios Tradicionales III hemos incluido a los maestros relojeros, a los moldeadores de fundición en suelo, los luthiers [fabricantes de violines] y a la fabricación artesanal de papel". La obra incluye también oficios relacionados con el mar; es el caso de los carpinteros de ribera y los fareros. Asimismo, aquellos trabajos urbanos, como es el caso de maestros sastres, telefonistas y organistas. Otros son oficios rurales, como los de canteros, labrantes, pizarreros, cordeleros y guanteros. "Uno acaba enamorándose de los oficios que estudia", reconoce Urdangarín. El último ya le dejado huella. "Acabamos de estudiar cómo se fabricaban las espadas, que se hacían con acero de Mondragón, que tenían la característica de doblarse sobre sí mismas". Cuando se le pregunta por su afición por los viejos oficios, Urdangarín responde: "Yo, que tengo mi edad, creo que debe quedar constancia por escrito de lo que un día existió".

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