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Tribuna:LA VOZ DEL PARLAMENTO DE ESCRITORES
Tribuna
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La maté porque era mía

Por circunstancias personales, nadie puede detestar más que yo los bombardeos aéreos, aún aquéllos que, como pretende el alto mando aliado, causan un mínimo de "daños colaterales" (léase pérdida de vidas humanas entre la población civil). No obstante, creo que en el desconcierto, melopea de voces y flujo incesante de imágenes promovidas por la tragedia de Kosovo corremos el riesgo de confundir efectos con causas y el problema humanitario de los refugiados con una limpieza étnica planeada desde la firma del Tratado de Versalles y la creación del Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos en 1919. El espíritu chetnik (ultranacionalista serbio cuya respuesta clónica fue la del ustachi croata) embebió la Yugoslavia existente entre 1919 y 1941 con su misticismo eslavo-ortodoxo y afirmación identitaria de calidad, para los que la mera presencia de musulmanes, bosnios y albaneses kosovares en el sagrado suelo de la patria perpetuaba la "afrenta histórica" de la invasión otomana del siglo XIV y la derrota épica del príncipe Lazar. Tras la agresión nazi, con la complicidad de los fascistas croatas, los partidarios de Tito se impusieron en su lucha contra el invasor a los chetniks de Mihailovic y ello permitió la creación de la Federación Yugoslava que, mal que bien, se mantuvo en precario equilibrio durante más de cuatro décadas. Con la muerte del dictador y la posterior ascensión al poder de Milosevic en la República Serbia, la situación inter-étnica evolucionó fatalmente hacía una confrontación generalizada.

La abolición del estatuto de autonomía de Kosovo y de la Voivodina en 1989 fue el primer paso en el camino de los sucesivos desastres que provocaron la implosión de la Federación Yugoslava, la independencia de Eslovenia, Croacia y Bosnia, la destrucción de Vukovar y Sarajevo, el brutal asedio a Mostar, el genocidio de Srebrenica. Desde 1992, para cualquier conocedor de la ideología ultranacionalista serbia abrazada por Milosevic para auparse a la jefatura del Estado y permanecer en ella a costa de su propio pueblo, el etnocidio de Kosovo venía cantado. Lo asombroso resulta la miopía de la clase política en los países de la Unión Europea y su inefable sorpresa ante la "tozudez" de Milosevic en llevar a cabo sus planes.

Recuerdo la impresión que me causó desde el inicio de la desaforada campaña propagandística panserbia un programa intensivo sobre el actual mandamás de los restos de la Federación Yugoslava. Las palabras del aún comunista Milosevic podían ser las de cualquier obispo o jefe de la Falange durante la Cruzada Salvadora de Franco. Su retórica y el recurso agresivo y zafio a una mitología con todos los símbolos de la que vertebró el Nacional catolicismo hispano -con Rodrigo, el Guadalete, Covadonga, Santiago, destrucción de la España Sagrada, Romancero, resurrección de la patria por obra de un puñado de héroes etcétera, tenían, según descubrí, su exacto equivalente serbio- evocaban en mí recuerdos y experiencias amargas. Si tres años después fui a compartir con los bosnios los horrores del asedio lo hice por una motivación y un apremio que hundían sus raíces en algo muy íntimo. El discurso irracional e incluso delirante de Milosevic, lleno de odio y desprecio al musulmán bosnio y al kosovar albanés, no difería gran cosa de las diatribas antijudías de los nazis y las de Le Pen contra la población inmigrada.

Por eso resulta difícil comprender a quienes claman hoy contra la barbarie de la OTAN si se tiene en cuenta que mantuvieron sellados los labios durante el asedio medieval con armas modernas de Sarajevo por espacio de tres años y medio: sus proclamas pacifistas de fachada ponían en el mismo saco a verdugos y víctimas, asediadores y asediados.

¿Creen de verdad estos virtuosos filisteos que la huida de centenares de miles de kosovares obedece a su temor a los bombardeos? ¿Ignoran aún que fue programado y bien programado por los ultranacionalistas serbios bastantes años antes de que estallara el muy previsible conflicto? ¿Qué especie de virus se ha colado en el razonamiento político de esa Izquierda Hundida -bautizada así, con acierto, por el escritor albanés Bashkim Shehu-, Izquierda que desfila con columbina inocencia o hipocresía odiosa al grito de "paz, paz"? ¿No advierte acaso que esta paz y la que reclama ahora Milosevic es la de los cementerios?

Si da pena ver el creciente trasvase de los votos comunistas franceses al Frente Nacional, causa vergüenza en cabeza ajena contemplar a lo que queda de los pecés peninsulares manifestar del brazo de los multimillonarios futbolistas serbios protegidos por el tristemente célebre Arkán y de los hinchas de Jesús Gil. Bien es verdad que el caos ideológico y social creado por el Nuevo Orden Mundial y sus atropellos promueven fenómenos como éste. Hace tres años, asistí en Moscú a un mitin electoral en el que el público enhestaba a la vez iconos de san Basilio y retratos de Stalin mientras algunos celadores distribuían ejemplares del Manifiesto de Marx y Engel y el Protocolo de los sabios de Sión. Los extremos no sólo se tocan: copulan entre sí y engendran nuevos esperpentos y monstruos.

A veces son autores muy alejados de la política quienes aciertan más en la descripción y diagnóstico de los males que nos asuelan. Así fue en el caso del novelista Manuel Puig, cuya percepción literaria de los horrores de la dictadura militar argentina vale por cien discursos y análisis político-sociológicos acerca de ellos. Lo mismo podría decirse de dos anotaciones de Borges de inesperada actualidad. La primera, en un comentario a la obra de Wells, Guide to the New World, retrata avant la lettre a los náufragos de esta Izquierda Hundida y a los militantes nacional-revolucionarios del fuste de Arzallus: "Vindicadores de la democracia, que se creen muy diversos de Goebbels, instan a sus lectores, en el dialecto mismo del enemigo, a escuchar los latidos de un corazón que recoge los últimos mandatos de la sangre y la tierra". En la segunda, parece describir a Milosevic -el "pobre Milosevic", compadecido aún en fecha reciente por un distinguido columnista- en estos días de horror e indignación por cuanto acaece en Kosovo (bombardeos de la OTAN incluidos). "Arriesgo una conjetura -escribía el 23 de agosto de 1944- Hitler, de un modo ciego, colabora con los inevitables ejércitos que lo aniquilarán, como los buitres de metal y el dragón colaboraban, misteriosamente, con Hércules".

No sé si la megalomanía patológica de Hitler y la de Milosevic son comparables: tal vez el último no quiera culminar sus "proezas" con un suicidio grandioso con música de Wagner y termine con mayor probabilidad su carrera ante el Tribunal Internacional de la Haya, con sus compimches serbo-bosnios y los genocidas croatas. Pero sí son similares sus máquinas propagandísticas y métodos de eliminar a los étnicamente indeseables. Cierto que el matadero industrial de Hitler era muy superior en eficacia al del ejército y las policía serbios. No obstante, en un caso como en el otro, los pueblos que sucumben a la grandilocuencia de un discurso bárbaro, glorificador de lo propio y destructor de lo ajeno, sólo pudieron y pueden salir del abismo en el que áquel les sumió con la desaparición del Jefe. El ciego amor a la patria -esa síntesis letal de una tierra abstracta y un determinado grupo sanguíneo- conduce a menudo a dislates como los de la canción "la maté porque era mía".

Juan Goytisolo es escritor.

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